Un análisis liberal del gobierno de Macri

Iván Carrino / Domingo 15 de septiembre de 2019 / 2 Comentarios

Ya no somos Venezuela, pero…

*Escrito en noviembre de 2017.

Tengo un recuerdo borroso, pero recuerdo al fin… Estaba en el living de la casa que mi papá tenía en Caballito. Ese día tocaba pasarlo con él. Era marzo de 2001, así que aún no había cumplido los 15 años.

Sin embargo, ir a un colegio como el ILSE, ser hijo de un contador público especializado en economía y egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, hacía que los temas de política y economía me resultaran particularmente interesantes. Además, Argentina estaba inmersa en la peor crisis de, por lo menos, la última década.

En la televisión había sintonizado un canal de noticias. El flamante Ministro de Economía, Ricardo López Muprhy se disponía a anunciar su plan económico. Mi viejo, que iba y venía de la cocina al living, deslizó un comentario tranquilizador: “este tipo sabe, lo que sea que anuncie, va a ir en la buena dirección”.

Mi mamá atravesaba su propia crisis. Licenciada en publicidad y ex gerente de empresas importantes, había decidido ponerse una consultora propia unos años antes. Tenía algunos clientes, uno de ellos muy importante, pero la economía estaba parada hacía rato y la cadena de pagos estaba prácticamente cortada.

Así, quedó a la espera de un cobro más tiempo del que le dio la cara para no pagarles a sus proveedores. Finalmente, usó “de la suya” para saldar sus deudas, e inició acciones legales contra su cliente. Todavía hoy espera cobrar la deuda.

La crisis nos pegaba a todos. Para marzo de 2001, el PBI acumulaba 7 trimestres de caídas interanuales. El desempleo estaba entre 16% y 18%, 3 puntos más arriba que un año atrás.

Recuerdo que en diciembre de ese año fui a una “fiesta de egresados” en lo que hoy es el Teatro Vorterix. Mientras ingresábamos en el boliche, en la esquina se incendiaban gomas y una veintena de personas cortaba la calle.

Ricardo López Muprhy, economista de la Universidad Nacional de La Plata y Máster de la Universidad de Chicago, anunció su plan.

Proponía mantener la convertibilidad y hacer el esfuerzo necesario para cumplir con los acreedores, quienes no creían que Argentina pudiera pagar su deuda. El proyecto, con numerosos puntos, incluía privatizar las empresas del Banco Nación, flexibilizar el mercado de trabajo, reducir en 40.000 personas el empleo en el estado, quitar subsidio al consumo de gas en la Patagonia, recortar en USD 100 millones los Adelantos del Tesoro Nacional a las provincias, reducir el gasto en Inteligencia y Fuerzas de Seguridad, y eliminar gastos de USD 85 millones en pensiones otorgadas por los diputados.

Ahora del ajuste total del gasto, por USD 1900 millones, USD 660 millones se iban a reducir de lo que el gobierno nacional aportaba a las provincias para financiar gastos de educación. Además, se recortarían USD 361 millones al presupuesto universitario (un 20%). De acuerdo con Clarín, de un total de USD 1.801 millones, la UBA usaba 305 millones anuales, de los cuales el 85% iba a sueldos[1].

De acuerdo con Roberto Cachanosky, el plan del Ministro fue “el primer plan económico que no intentaba ajustar las cuentas públicas cargándole a la sociedad más impuestos”[2]. Si bien sí existió la intención de extender el cobro de IVA a actividades exentas, lo cierto es que el grueso del ajuste fiscal pasaba por la reducción del gasto.

Pero claro, eso implica tocar a la “corporación política”, y ésta le hizo saber su enojo al ministro.

Siguiendo a Cachanosky: “¡Para qué! Políticos, medios de comunicación, activistas e idiotas útiles le saltaron a la yugular. ¿¡Cómo pretendía López Murphy reducir los gastos del Estado!? Su intención duró un suspiro y a los pocos días Domingo Cavallo volvía al Ministerio de Economía sin anunciar ninguna medida de reducción de gastos”.

Lo que vino después fue aún peor. Corralito, helicóptero, Duhalde y la megadevaluación. El ingreso per cápita de los argentinos se redujo de USD 8.000 a 2.800 en un abrir y cerrar de ojos. La pobreza se disparó y superó el 50%.

Mi mamá comenzó a ver la forma de emigrar a Europa, como tantos otros profesionales de la época.

La era bolivariana

Dos años después, y a pesar de haber sido supuestamente volteado por la “resistencia popular”, Ricardo López Murphy tenía un importante capital político. El 20 de marzo de 2003, días antes de las elecciones generales, fuimos con mi viejo al Luna Park. El líder del Movimiento Federal Recrear fustigó a la “política de la mentira”, al tiempo que proponía reducir impuestos al trabajo y llevar adelante un estricto control fiscal.

Pero el estadio lleno no fue suficiente. La posibilidad de tener al presidente más liberal de los últimos 50 años quedaría enterrada el 27 de abril de ese año. El ex presidente Carlos Saúl Menem obtuvo el 24,45% de los votos, Néstor Carlos Kirchner el 22,25%, y Ricardo López Murphy quedó tercero, con el 16,4%.

Finalmente, Menem desistió de la segunda vuelta y Néstor Kirchner fue quien asumió oficialmente el poder.

El kirchnerismo, en gran medida, tuvo suerte. Los “platos rotos” los pagaron Duhalde y su ministro de economía, Jorge Remes Lenicov, quienes decidieron la tumultuosa salida de la convertibilidad.

Sin ataduras monetarias, con superávit fiscal (gracias al impago de la deuda y al restablecimiento de retenciones a la exportación) y con salarios pulverizados, era muy fácil que las tasas de crecimiento del país pasaran a ser lo espectaculares que efectivamente fueron.

Con ese marco de fondo, toda opción liberal, o meramente conservadora u ortodoxa, fue condenada al ostracismo.

Con el kirchnerismo se instaló en Argentina la versión local del Socialismo del Siglo XXI. El ingreso de este modelo fue relativamente sigiloso. Empezó de a poco, pero terminó casi igual. A la larga, las políticas intervencionistas de los gobiernos dan lugar a tensiones, que exigen o bien reconocer el error o “profundizar el modelo”.

El kirchnrismo eligió siempre profundizar. Si había inflación, control de precios. Si ésta no cedía, destrucción del INDEC. Si los argentinos querían protegerse, cepo al dólar. Si los exportadores vendían carne afuera porque se pagaba mejor, control de las exportaciones.

El kirchnerismo generó, además, una gran burbuja económica que terminó pinchándose. En términos políticos llevó a una inevitable concentración del poder, con elevados niveles de autoritarismo. La advertencia de Hayek en 1945 se hacía realidad en la Argentina de los 2000.

A nivel económico, lo que pasó ya estaba escrito en los libros de texto[3]. El populismo económico tiene una etapa de auge (donde crece la economía, baja el desempleo y no hay inflación), seguida por una de cuellos de botella (donde la inflación aparece y las cuentas fiscales comienzan a deteriorarse), que luego se transforma en crisis (el déficit fiscal y la inflación no se controlan, los controles de cambios asfixian la producción y los salarios reales ya no crecen), y que termina finalmente en un ajuste ortodoxo.

Los gobiernos de Néstor y Cristina siguieron al pie de la letra el libreto populista. Y ante cada problema generado por el intervencionismo, se consideraba que se necesitaban más dosis de lo mismo.

Podríamos haber terminado en una situación similar a la de Venezuela, pero en 2015 las urnas frenaron la debacle.

Macri y el liberalismo

Mientras el kirchnerismo “construía poder” y legitimidad a fuerza de aumentos salariales y boom internacional de los precios de los commodities, un nuevo espacio político estaba en formación.

La crisis de 2001 fue una experiencia traumática a nivel social, y la búsqueda de respuestas llevó a que muchos protagonistas de la vida privada decidieran involucrarse en el mundo de la política. Mauricio Macri fue uno de ellos.

Su popularidad como presidente del multicampeón equipo de fútbol Boca Junior lo ayudó a convertirse en una figura política importante. En 2003 se postuló para ser Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, pero perdió en segunda vuelta con Aníbal Ibarra.

Tiempo después trabó una alianza nada menos que con Ricardo López Murphy, creando un espacio de “centroderecha” que buscaba oponerse a las políticas del gobierno nacional. Desde ese entonces que señalaban que las medidas del gobierno eran insostenibles, cortoplacistas y ciertamente autoritarias.

Macri no solo se alió con el único que quiso hacer un ajuste del estado sin subir impuestos, sino que a menudo ha confesado su gusto por las lecturas de Ayn Rand, una de las más importantes exponentes de lo que podríamos denominar la filosofía y ética de la libertad.

Leer un libro de tal no convierta a uno en un talista. Sin embargo, de acuerdo con Página 12[4], Macri no solo leyó una obra de Ayn Rand, sino tres de ellas, una de las cuales considera como libro favorito. Es claro que alguna preferencia tiene.

En una entrevista durante la campaña para la cual Macri se postulaba a Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires, el ingeniero sostenía que era “una locura” que el sistema de recaudación le saque “recursos al interior del país para subsidiar centros urbanos como sucede con las retenciones al agro y el impuesto al cheque”[5].

Ahora cuando López Muprhy planteaba que había que “restituir los valores y las reglas de la República”, Macri acotaba que había que “favorecer la igualdad de oportunidades” y que eso se conseguía con un Estado que funcionara bien, “la gran mayoría de la gente no votará por un candidato que sea de izquierda o de derecha porque le interesa realmente si le va a resolver sus problemas.”

La veta duranbarbista de “resolver los problemas de la gente” ya asomaba.

Y lo innovador de Macri y su espacio fue precisamente eso: dejar de hablar de economía, valores y política, y mostrarse como un buen gestor.

En dichas elecciones, Mauricio consiguió su banca, pero Ricardo no logró ingresar en el Senado.

La gestión en la Ciudad

Tras dos años como diputado nacional, Mauricio Macri llevó a su partido PRO a la primera plana de la política nacional. Triunfó en las elecciones locales y se convirtió en Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ese mismo año la alianza política con Ricardo López Murphy se deterioró, y cuando “el Bulldog” perdió las elecciones internas de su propio espacio, dejó de formar parte definitivamente del “equipo de Mauricio”.

Como Jefe de Gobierno, Macri se avocó de lleno a “la gestión”. Se enfocó en el tránsito, la inseguridad, las inundaciones, y demás cuestiones que hacen al rol generalmente aceptado del gobierno.

Policía Metropolitana, Metrobus, menos inundaciones, mejoras edilicias en las escuelas estatales y demás modificaciones percibidas como mejoras de la vida en la ciudad deben ser adjudicadas a la Gestión PRO.

Ahora si bien en este sentido la administración macrista puede mostrarse como una eficaz, por hacer cosas que la ciudadanía exigía, no podemos sostener que haya sido eficiente.

Es que este rol activo del gobierno exigió un aumento del gasto público, que pasó del 5,1% del Producto Municipal en 2007, al 7,8% en 2015, duplicándose en dólares. Al mismo tiempo, dado que la recaudación no creció al mismo ritmo (a pesar de haberse incrementado con fuerza en términos nominales), el gobierno mostró déficit fiscal en todos los años de gestión macrista.

El déficit y la necesidad de financiarlo generaron un incremento de la deuda que, medida en dólares, pasó de USD 570 millones en 2007, a USD 2.138 millones en 2014.

Si bien este aumento representa poco al compararse contra el Producto Bruto de la Ciudad, lo cierto es que el Macri Jefe de Gobierno estuvo lejos de implementar políticas liberales de austeridad pública durante su mandato.

No obstante, deben destacarse dos medidas que sí consideramos favorables para la libertad. La primera es el veto a la ley contra Farmacity. El 15 de junio de 2015, el Jefe de Gobierno vetó la resolución del Ministerio de Salud que establecía que las farmacias no podían vender en sus locales productos que no fueran medicinales. Esta medida es claramente favorable a la libertad de empresa.

Por otro lado, también había firmado un decreto en 2013 para que el Tribunal de Justicia porteño sea la referencia en temas que afecten la libertad de expresión y prensa, en el marco de ataques constantes por parte del gobierno nacional.

El gobierno de Cambiemos

Corría el mes de septiembre de 2015 y me invitaron a dar una charla para los clientes de una consultora. Junto a mí disertaría otro analista. Ambas presentaciones versaron sobre la coyuntura actual, dominada por el cepo, un crecimiento anémico y el desplome del comercio exterior.

En un momento nos pusimos a conversar con mi colega. Yo comentaba que era necesaria una brutal liberalización de la economía para volver a crecer, que este modelo no podía continuar.

El economista me respondió con una metáfora:

“Mirá. En las carreras de autos hay muchos pilotos. Cada uno tiene su estilo y todos son diferentes uno de otro. Sin embargo, si ven una Ferrari dada vuelta en medio de la pista, automáticamente se van a poner de acuerdo: antes que nada, hay que poner a la Ferrari sobre sus ruedas. Después se vuelve a la carrera.

Lo mismo ocurre con la economía argentina, la Ferrari está dada vuelta y todo estamos de acuerdo que hay que enderezarla.”

En pocas palabras, el modelo chavista de Kicillof no era apoyado por nadie que tuviera algo de seriedad. Las consecuencias nefastas del mismo estaban expuestas, y las medidas que había que tomar eran conocidas por todos.

De hecho, el debate económico del momento fue “Shock o Gradualismo”. Es decir, parecía que se sabía lo que había que hacer, solo había diferencias en cuanto a los ritmos y pasos concretos a dar.

Cuando en campaña Macri anunció que el cepo al dólar lo iban a eliminar de un día para el otro, de hecho, una catarata de críticas le llovió. Pero no porque no hubiera que sacarlo, sino porque muchos no creían que pudiera hacerse de esa forma.

Para nosotros el planteo de Cambiemos (la evolución del PRO, en alianza con el radicalismo y con la popular Elisa Carrió) era perfectamente posible. De hecho, ya en 2013 planteábamos que el control de cambios debía eliminarse de inmediato[6].

Finalmente, el 16 de diciembre por la tarde, el flamante ministro de economía anunció el fin del cepo al dólar y la unificación del tipo de cambio. Es decir, tomó la mejor medida de política económica de los últimos 5 años, sino de los últimos 12.

La salida del cepo fue acompañada de otros anuncios económicos importantes. Se eliminaron la gran mayoría de las retenciones a la exportación. El maíz y el trigo, que pagaban 20% y 23% respectivamente, ahora comenzaban a tributar 0% en concepto de impuestos a la exportación. Lo mismo sucedió con la minería y las exportaciones industriales.

El fin del cepo y la eliminación de las retenciones fueron medidas claramente liberalizadoras. Tanto una como la otra saqueaban los ingresos bien ganados de los productores, deteriorando los incentivos. Las exportaciones, entre 2011 y 2015, cayeron 32%. En el mundo éstas también habían caído, pero solo 10%, por lo que nuestro declive triplicó los registros mundiales.

Por otro lado, el gobierno cerró el conflicto con los holdouts (cumpliendo un fallo internacional que obligaba al país a pagar una deuda que nunca quiso reconocer la administración anterior), y en política internacional se corrió abruptamente del “eje bolivariano”, buscando incorporarse nuevamente al mundo civilizado.

Ahora bien, ¿constituyeron estas medidas económicas y políticas parte de un plan de un gobierno liberal? Difícilmente podamos afirmarlo. De hecho, dos encumbrados asesores del entonces candidato del peronismo oficialista, Daniel Scioli, coincidieron en afirmar que lo hecho por Macri era perfectamente compatible con lo que hubiese hecho su candidato[7].

Es decir, sin duda que hubo medidas liberalizadoras y que –por su efecto en la mejora de la libertad individual y en el desempeño económico nacional- deben aplaudirse de pie. Pero esto no quiere decir que el gobierno sea, por ello, liberal o “neoliberal”.

A decir de mi colega, el gobierno simplemente estaba dando vuelta la Ferrari. No podíamos seguir camino al socialismo.

La cuestión fiscal

Imaginemos que nos despertamos una noche y, al escuchar algunos ruidos en la cocina, acudimos allí a ver qué pasa. Prendemos la luz y para nuestra sorpresa, la puerta de la heladera está abierta y a metros de ella, un extraterrestre está comiéndose la ensalada que sobró de la cena.

Sí, leyó bien. Un extraterrestre.

Pasado el shock inicial, el pánico y los gritos, digamos que entendemos que se trata de una alienígena bien intencionada, que simplemente pasó por la tierra por accidente pero no tiene malas intenciones.

Continuando con el juego, lo único que le explicamos al extraterrestre es que existen dos modelos de administración de la vida social. Un modelo es el liberal, el otro el socialista.

En este panorama excesivamente simplificado, le contamos que en el modelo liberal la vida de cada persona depende, básicamente, de sí misma, y que los individuos son dueños de sus éxitos y sus fracasos. En ese contexto, el rol del estado es casi imperceptible, ya que se limita a defender la libertad de las personas, preservando sus derechos individuales a la vida y la propiedad.

En el modelo socialista, por el contrario, el rol del estado es mucho mayor. El gobierno debe proveerles a los ciudadanos salud, educación, garantizar fuentes de trabajo, evitar las importaciones, proveerles de cultura, ayudar a las economías regionales, etc, etc, etc.

Una vez le explicamos esto, llevamos a nuestro amigo alienígena a mirar los números de Argentina 2017. El gasto público supera el 40% del PBI. El gobierno tiene déficit fiscal, por lo que gasta 6% del PBI más de lo que ingresa. Los impuestos, para pagar el gasto son insuficientes pero no por eso bajos. Se cobra los gravámenes al trabajo más altos del mundo y somos subcampeones mundiales en la Tasa de Impuestos sobre las Ganancias que calcula el Banco Mundial.

Además, la economía está cerrada al comercio internacional con Licencias No Automáticas y por el Mercosur, la deuda pública crece y la inflación está entre las 7 más altas del mundo.

¿Qué piensan que diría nuestro alienígena después de ver los datos? ¿Pensará realmente que Argentina es el paraíso del “neoliberalismo”, o se inclinará a pensar que desbordamos de socialismo?

Sobre la inflación deberíamos hacer un paréntesis particular. ¿Qué es una política monetaria liberal? Los economistas de la escuela austriaca, diferenciándose del mainstream de la ciencia, han remarcado infinidad de veces los problemas e inconvenientes que ofrece la banca centralizada.

Acusan a los entes monetarios por la inflación, por la generación del ciclo económico y por ser ineficaces para frenar las crisis económicas. De hecho, en base a estos argumentos es que se propone directamente eliminar la banca central y buscar sistemas monetarios alternativos.

¿Así que es la única propuesta liberal la de terminar con el Banco Central? Supongo que alguno podría argumentar que sí. Pero no podemos dejar de ver la “escala de grises” que rodea a esta institución.

Es decir, a pesar de sus limitaciones fundamentales, no todos los Banco Centrales destruyeron 5 signos monetarios como lo hizo nuestro  BCRA ubicado en la calle Reconquista. Es decir que, al margen de las consideraciones “de fondo”, un Banco Central que tiene una inflación de 2% anual es  mejor que uno que ofrece una del 25%. Podemos decir, además, que al disminuir la distorsión monetaria, el primero es más liberal que el segundo, ya que permite que la economía privada “coordine mejor”.

En este sentido, la presencia de nuevas autoridades en el ente monetario, comprometidas con una menor inflación, podría interpretarse como un paso en la buena dirección también, aunque no hay un gran consenso al respecto.

Volviendo a la alienígena, queda claro que, en la foto, somos un país casi socialista. Algunos datos adicionales confirman esta intuición. En el índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, Argentina está en el puesto 156 sobre 180 países analizados. En el Doing Business, del Banco Mundial, ocupamos la posición 117, sobre un total de 190 países.

En ambos rankings el país avanzó marginalmente, pero lo que falta para ser considerado un país libre es una inmensidad. Seguimos teniendo alta inflación, economía cerrada, mercados laborales rígidos, barreras al emprendimiento y un gigantesco déficit fiscal.

¿Hizo algo Cambiemos para enfrentar el déficit? Por lo pronto, intentó ajustar las tarifas de los servicios públicos para reducir los subsidios. Bien hecho, pero la medida quedó a medias, truncada por la justicia.

Sin embargo, al tiempo que buscaba reducir el gasto en subsidios, incrementó el gasto social, y especialmente el previsional, mediante el programa de “Reparación Histórica” de los jubilados. Así, mientras el gasto en subsidios económicos cayó 9,7% nominal en 2016, el gasto en prestaciones sociales trepó 78,2%.

La “Reparación Histórica”, si bien incluía la normalización de los juicios contra la ANSES que el kirchnerismo decidía deliberadamente no pagar, también estableció un ajuste de los haberes mensuales cobrados por los beneficiarios del sistema previsional.

De acuerdo con un estudio del nada liberal “Centro de la Cooperación Floreal Gorini”, “el gasto en concepto de previsión social en Argentina pasaría de 10% del PBI a 14,5% del PBI (…) El aumento del gasto por previsión social sin un flujo genuino de recursos que acompañen este incremento generará un aumento del déficit del sistema que altera la sustentabilidad del sistema en el mediano plazo.”

Es decir que, enfrentado a una crisis fiscal, con récord de presión impositiva, el gobierno en lugar de reducir el gasto público, eligió aumentarlo. Frente a problemas similares, gobiernos tan disímiles como el de Chile o Suecia optaron por introducir al sector privado en el sistema jubilatorio.

En México  y en Chile el sistema previsional es completamente privado, mientras que en Perú, Colombia y Uruguay el sistema privado convive con el público.

En Argentina, el sistema previsional es público, de reparto, y está completamente quebrado, pero el gobierno supuestamente liberal dice que seguirá siendo “público y universal”, y le aumentó fuerte las erogaciones en 2016.

Elecciones y reformas pendientes

Los que defendemos la libertad económica lo hacemos por dos motivos. En primer lugar, por una cuestión moral: la libertad es un valor en sí mismo que el gobierno debe proteger o, al menos, no vulnerar. En segundo lugar, porque genera prosperidad. Cuando las sociedades de componen de personas libres, fluye la creatividad, hay incentivos a crecer y desarrollarse y, en una economía de mercado, el crecimiento personal redunda en el bienestar de todos, tal como explicaba Adam Smith.

Ahora cuando desde este punto se vista se cuestionaba al gobierno, parecía sobrevolar la siguiente respuesta: “No es que no queramos ir en esa dirección, sino que -dado que tenemos que ganar las elecciones- no podemos abandonar súbitamente el modelo populista”.

Finalmente, las elecciones de medio término llegaron, Cambiemos ganó por amplia mayoría y el presidente ofreció un discurso más que interesante.

Días después de las elecciones, convocó a los más destacados líderes y pidió que nunca más haya inflación, achicar el déficit fiscal bajando el gasto público, bajar los impuestos, generar condiciones para crear empleo privado y, por último, una mayor y mejor calidad institucional.

Pero como reza el refrán,  del dicho al hecho, hay mucho trecho.

¿Realmente podemos estar convencidos de que Macri traerá el liberalismo a la Argentina? ¿Dio muestras de eso en la Ciudad? ¿Las da su sucesor?

¿Las dio él en estos dos años de gobierno? En parte sí, como hemos explicado, pero en parte no.

El modelo de gobierno de Cambiemos, en este sentido, es mucho más parecido al de una socialdemocracia europea que al que propone el liberalismo. Lo importante no parecería ser el tamaño del estado sino cuán bien se administre. De hecho, la propuesta para bajar el gasto público no implica una reforma del estado, sino que aspira a “licuarlo” con el crecimiento de la economía, de manera de bajar la ratio “Gasto/PBI”.

Por otro lado, la reforma tributaria presentada no reduce la presión fiscal agregada (según declaraciones oficiales, caería en 5 años solamente un 0,3% producto del crecimiento económico) pero sí impone un alto grado de paternalismo, al subirle la alícuota de impuestos internos a “alimentos no saludables”.

Finalmente, circula un borrador para un proyecto de Reforma Laboral, que también daría algunos pasos, pero de una magnitud bastante acotada.

Llegado a este punto, y más allá del discurso, uno debe hacer el siguiente razonamiento seguido de una pregunta:

a)      Si la excusa para no realizar cambios más ambiciosos fueron las elecciones de 2017.

b)      Si el gradualismo dio los resultados electorales esperados.

c)      Si en 2019 nuevamente tenemos elecciones…

¿Por qué habría incentivos para cambiar “más rápido”? ¿Cuál es el motor que impulsaría una tendencia hacia un modelo más liberal?

La respuesta más razonable es que esos incentivos y ese motor no existen. Y que lo que hemos visto en estos años fue solo la transición desde un chavismo recalcitrante hacia una socialdemocracia de tipo europeo, pero enjaulada en un país sudamericano.

Bienvenido sea el cambio, pero queda mucho más por hacer.

Palabras finales

A juzgar por sus alianzas políticas del pasado, por los libros que lee y por algunos discursos que ha pronunciado, uno pensaría que Mauricio Macri es, al menos, un liberal pragmático.

Sin embargo, cuando vemos cómo gestionó la ciudad y lo que ha hecho con el gasto público y el déficit fiscal hasta el momento en el gobierno, el presidente luce mucho más socialdemócrata.

En cualquier caso, la alianza “Cambiemos”, es decididamente mucho más socialdemócrata. Cree en las bondades del capitalismo, pero con una fuerte impronta de la acción del estado.

Ahora, para concluir, ¿por qué es importante saber esto?

Por dos motivos esenciales.

El primero es que, si el país vuelve a atravesar una de sus cíclicas crisis económicas, es muy poco lo que deberíamos endilgarle al “neoliberalismo”. Un país número 156 del mundo en libertad económica directamente no puede tener una crisis producto del capitalismo, porque ese capitalismo es virtualmente inexistente.

El segundo motivo es más importante aún. Y es que quienes deseamos un país más libre y próspero tenemos que seguir más que nunca dando la batalla de las ideas. Argentina hoy ya no va camino a Venezuela, pero es mucha la distancia que nos separa de las naciones más exitosas del planeta.

Tenemos que seguir insistiendo que con más libertad no genera crisis. Por el contrario, mayor libertad es más crecimiento económico y menos pobreza. Tenemos que seguir insistiendo con las virtudes económicas, políticas y morales de las sociedades libres. Seguir pidiendo más reformas, quejándonos del intervencionismo y mostrando cómo ha creado miseria siempre que se ha llevado a la práctica hasta sus últimas consecuencias.

Solo así, trabajando de a poco para que las ideas sean aceptadas por la población es que tendremos, al final del camino, un cambio político. Después de todo, la política es un actor pasivo, que responde a las demandas de “la sociedad”.

Así que liberales, es a ella a quien debemos dirigirnos. Hagámoslo, ahora más que nunca, que seguiremos cosechando buenos resultados.



*Ensayo escrito en noviembre de 2017, que terminó formando parte del libro compilado por José Benegas, para el cual convocó a un concurso abierto.

 [1] Las 28 medidas de López Murphy. Diario Clarín, 17 de marzo de 2001. Disponible en: https://www.clarin.com/economia/28-medidas-lopez-murphy_0_Hyp-gqOeCFe.html

[2] Cachanosky, Roberto: El Síndrome Argentino. Ediciones B. Buenos Aires, 2006.

[3] Véase Dornbusch, Rudiger & Edwards, Sebastián: “Macroeconomía del Populismo en la América Latina”. Fondo de Cultura Económica. México, 1992.

[4] Los libros que lee Macri. Página 12. 22 de marzo de 2017. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/27118-los-libros-que-lee-macri

[5] Entrevista conjunta a López Murphy y Macri. Ámbito Financiero. 6 de julio de 2005. Disponible en: http://www.ambito.com/230059-entrevista-conjunta-a-lopez-murphy-y-macri

[6] El cepo debe eliminarse mañana. Infobae. 13 de noviembre de 2013. Disponible en: https://opinion.infobae.com/ivan-carrino/2013/11/13/el-cepo-debe-eliminarse-manana/index.html

[7] Un asesor de Daniel Scioli admitió que hubiera aplicado las mismas políticas económicas de Mauricio Macri. Infobae. 14 de enero de 2016. Disponible en: https://www.infobae.com/2016/01/14/1783091-un-asesor-daniel-scioli-admitio-que-hubiera-aplicado-las-mismas-politicas-economicas-mauricio-macri/. Y “Miguel Bein: “La agenda del actual gobierno es la correcta, no es neoliberal”. Diario La Nación. 2 de julio de 2016. Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/1914677-miguel-bein-la-agenda-del-actual-gobierno-es-la-correcta-no-es-neoliberal

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Comentarios

  1. Darío

    Lunes 16 de septiembre de 2019 a las 12:55 pm

    Hola, soy un frecuente lector de tus columnas, que me parecen muy interesantes y didácticas.
    Me gustaría hacerte una consulta sobre algo que siempre me quedo pensando, y tiene que ver con la temporalidad de los efectos de posibles medidas. Más concretamente, las medidas que proponen los liberales han demostrado a largo plazo funcionar en diversos países, ahora, en nuestro país, con la situación actual, medidas liberalizantes como el ajuste fiscal no generarían a corto plazo situaciones de inviabilidad política (hola sindicatos) que harían imposible una estabilidad social que garantice llegar a ver los efectos de largo plazo? o sea, cómo generás aceptación a escala de tiempos electorales de procesos que llevan más tiempo en surtir efecto? Saludos

    Responder
  2. hugo jose garavelli

    Martes 17 de septiembre de 2019 a las 11:17 am

    Muy buen trabajo. Pero la libertad está destruida por medidas impuestas por los poderes internacionales, como las leyes sobre lavado de dinero, la prohibición de entrar y salir de los países con mas de 10 000 dólares, la bancarización que se busca sea total para controlar a toda la población, la eliminación del secreto bancario, el considerar delito la posesión de dinero efectivo, la obligación de pago de sueldos por los bancos, las medidas parafiscales de control impositivo, la obligación de sostener la “ideología de género” y la de cometer feticidios o abortos negando a los médicos la objeción de conciencia, y muchas otras cosas. Si eso se mantiene, solo hay una ortodoxia monetarista que no es absoluta en la actualidad, porque no solo la inflación es obra de la emisión monetaria sino que depende de otras cosas. Desgraciadamente, si hoy quisiéramos seguir la antigua moral tradicional, la sociedad se hundiría en un caos de desocupación hambre y miseria.

    Responder
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