Sensación de Corrupción

Iván Carrino / Miércoles 19 de junio de 2013 / Dejá un Comentario

Capítulo del libro “Sensación de Pobreza“, compilado por Iván Petrella.

A menudo se habla de la brecha que existe entre ricos y pobres como si ese fuera el punto central que debería abordar la política pública. Como la brecha entre los que tienen y los que tienen menos es ridículamente grande, se argumenta, el estado debe intervenir para nivelar, sacándole a unos para darle a otros y así crear una sociedad más equitativa.

Parto de la suposición de que si mi vecino es 100 veces más rico que yo pero su riqueza es producto de su esfuerzo personal y la recompensa de un trabajo que la sociedad le retribuye, entonces no hay problemas. ¿Pero qué sucede si, en realidad, su riqueza y sus ingresos no se deben al premio que la sociedad le otorga sino, más bien, a que el de al lado tiene algún contacto con el poder de turno?

En la sociedad argentina actual existe una generalizada sensación de corrupción evidenciada en rankings internacionales y en el inexplicable crecimiento patrimonial de cantidad de funcionarios públicos.

Esto hace que el foco en “los que tienen” y “los que no tienen” cobre particular importancia ya que los primeros son siempre, al menos en el imaginario colectivo, sospechosos de ganar lo que tienen a costa de los demás. Las consecuencias de este sistema son graves, por lo que es necesario que se le preste la mayor de las atenciones: la corrupción inevitablemente lleva a brechas de ingreso injustas e inmorales.

El ejemplo de la familia Gates y la familia Carrino

Para graficar la idea del problema de la creciente brecha entre los que tienen y los que no tienen, vamos a comparar al abuelo Carrino, con el padre de Bill Gates. Una vez que nos imaginamos a estas dos personas podemos suponer que mi abuelo tenía un ingreso de 2000 (pesos, dólares, euros, onzas de oro… usted decide), mientras que el padre de Bill Gates tenía un ingreso de 2500. En eso momento, la brecha entre ambos individuos era de un 25%. Es decir, el ciudadano más rico ganaba un 25% más que el ciudadano más pobre[1].-

Ahora bien, volviendo a la actualidad, pasaremos a comparar los ingresos del archifamoso creador de Microsoft con un apenas principiante economista. Por ponerlo en términosvnuméricos, Iván Carrino tiene ingresos por 3000, mientras que Bill Gates los tiene por 30000.

Como puede observarse, la brecha entre el ciudadano pobre y el ciudadano rico sevmultiplicó y ahora “los ricos” ganan 10 veces más que “los pobres”. Sin embargo, hay tres cosas para destacar.

En primer lugar, si bien Bill Gates está mucho mejor que su padre, en términos relativos yo estoy mejor que mi abuelo. Con el paso del tiempo, entonces, todos hemos ido mejorando respecto de nuestros antepasados. En segundo lugar, dado que la tecnología evoluciona y los empresarios compiten por ganarse al consumidor, los bienes en la economía suelen bajar de precio y los salarios reales suben en el tiempo, por lo que mis 3000 de hoy pueden comprar más y mejores cosas que los 2000 de mi abuelo.

Por último, y aquí lo más importante, todos sabemos que Bill Gates merece plenamente su fortuna puesto que ha creado un instrumento que revolucionó al mundo y por el que muchísimas personas estuvieron y están gustosas de ofrecer su dinero a cambio. La fortuna de Bill Gates es la consecuencia de una “win-win situation”, es decir, una situación en la que todos se benefician.

El problema: la familia Gates está “enchufada”

Ahora bien, esta situación cambia cuando Bill Gates, o el individuo que sea, logran multiplicar de una manera sideral su patrimonio sin que exista esta situación en la que todos ganan. Por ejemplo, si en lugar de Bill Gates nuestro personaje del ejemplo anterior fuera un ladrón, tenemos que decir que su fortuna es consecuencia de un esquema donde unos ganan (él y sus colaboradores) pero otros pierden (las víctimas de sus robos). En este contexto, parece razonable que uno se preocupe por la mala distribución del ingreso.

Algo similar sucede cuando aquellas personas que logran acceder a excelentes posiciones económicas no lo hacen como consecuencia de ofrecer a la sociedad algo que ésta demanda, sino más bien gracias al conocimiento de alguien que, dentro del gobierno, tenga el poder para administrar algún presupuesto.

En este sentido, si los ricos de una sociedad se vuelven ricos porque reciben la dádiva, la protección, el contrato amigo, la licitación poco transparente o directamente dinero a cambio de prestar su nombre para figurar como testaferros de los que administran el estado, la brecha entre ricos y pobres comienza a derivar en un problema de injusticia profundo.

Ya no es importante si mi situación mejoró respecto de la de mis antepasados o si yo mismo progresé económicamente en la vida. El problema ahora es que los ricos no son ricos como retribución a su valiosa contribución a la sociedad sino que, todo lo contrario, son ricos gracias a que extraen de la sociedad una tajada que no les pertenece, evitando que esos recursos vayan a destinos que lo necesitan de manera más urgente.

Por qué no es lo mismo si el acomodo no usa el poder político.

Alguno podrá objetar que situaciones parecidas también suceden en los ámbitos privados. Solo basta conocer al que tenga el poder en una organización privada o una firma comercial, para que conseguir trabajo, por ejemplo, sea más fácil.

Por otro lado, es posible coimear a un gerente de compras para que, en lugar de los productos de la competencia, se elijan los que mi compañía ofrece y así dejar ilegítimamente fuera de la carrera al más idóneo. Cierto.

Sin embargo, existen dos puntos para destacar. En primer lugar, cuando estas maniobras se llevan a cabo, tarde o temprano se reflejan en el cuadro de ganancias y pérdidas de la empresa. Si la compañía contrató a Pedro porque era sobrino del gerente pero Pedro es un vago, seguramente la empresa no funcionará de manera óptima, pudiendo quedarse fuera del mercado por la fuerza de la competencia.

En segundo lugar, el dinero que está en juego cuando la corrupción se da en el ámbito privado es, valga la redundancia, privado. Es decir, el dinero pertenece a las partes que contratan y, en última instancia, alguien tendrá que soportar el quebranto, pudiendo darse cuenta, o no, de lo que están funcionando mal.

Sin embargo, en el caso de la corrupción cuando se da en el ámbito de lo público, los que pierden son los contribuyentes – todos nosotros – que estamos obligados a pagar impuestos para sostener a un estado que tiene tareas muy precisas y que bajo ningún punto debería desviarse de ellas para favorecer a los amigos de los funcionarios de turno.

La corrupción como sistema

Si que la familia Gates esté enchufada es la norma dentro de una sociedad, se puede decir que esa sociedad vive en un sistema corrupto. A menudo, a este sistema se le conoce con el nombre de “capitalismo de amigos”. El capitalismo de amigos es el sistema económico en el que la rentabilidad de los negocios depende de las conexiones políticas[2]. Este sistema incentiva a las empresas a apoyar a determinados políticos para, luego, cobrarse los favores.

En un sistema de capitalismo de amigos, la fuente de la riqueza de unos es el contacto con algún funcionario. Esto se da principalmente porque el gobierno tiene el poder para cambiar u operar libremente sobre las reglas del juego. Un ejemplo puede ser el empresario que se acerca al poder y pide que se eleve una barrera arancelaria para proteger su negocio. El negocio del empresario, por supuesto, obtendrá un beneficio. Podemos suponer, además, que el empresario pagó al funcionario para obtener dicha protección. Claramente, ambas partes de este acuerdo se benefician, sin embargo, la sociedad pierde porque, al no haber competencia, debe pagarle al empresario en cuestión el precio que quiere y soportar la calidad que éste ofrezca sin poder contrastarla con la de los productos internacionales.

Otro ejemplo son las contrataciones públicas. Cuando el gobierno tiene que realizar obras, suele contratar a firmas especializadas. Ahora bien, los que solventamos al estado somos los contribuyentes, de modo que si el estado pierde plata, nadie se hace cargo sino que ese costo está muy diluido entre toda la población. El incentivo que tiene el funcionario que lidia con la empresa para pasarle al estado una factura por el doble de su valor es, entonces, grande. Como se puede ver, en los sistemas donde prima la corrupción y el acomodo, el incentivo no está en producir para la gente sino en ver cómo arreglar al funcionario de turno para que ambos lucren a costa de esa gente.

Este “desvío” de fondos no solo genera una brecha entre ricos y pobres que escandaliza sino que, al dirigir el dinero al lobby y al tráfico de privilegios, este no va a satisfacer las verdaderas necesidades de la gente, lo que termina aumentando el nivel de pobreza de la sociedad.

El caso argentino

En nuestro país, según Transparency International, existe una considerable “sensación” de corrupción. De hecho, la organización en cuestión mide la “percepción de corrupción” en un índice donde aparecen 176 países. En ese ranking, nuestro país ocupa el puesto 102, bien lejos no solo de países como Dinamarca o Finlandia sino también de Chile.

Por otro lado tenemos un país con un gasto público que asciende al 36% del PBI[3] y aumenta al 35% anual, con un alto nivel regulatorio y una gran presencia del estado sobre la actividad privada[4]. Como contracara, tenemos grandes empresarios amigos del poder y, al mismo tiempo, un grupo de funcionarios que ha visto su patrimonio incrementado de una manera significativa desde que ingresaron en el gobierno.

El caso más llamativo es el del Secretario de Comercio interior, Guillermo Moreno, cuyo patrimonio creció 28 veces desde el año 2003. Veintiocho, por si quedan dudas. De cerca lo sigue Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, cuyo patrimonio creció 20 veces desde el 2003 al 2011. El patrimonio de la presidente creció unas 12 veces desde que llegó al poder mientras que el de Amado Boudou creció solo 170 por ciento, pero solo en el período de 4 años que abarca de 2007 a 2011[5].

Conclusión

Lo que prevalece en la Argentina es una economía reprimida donde el que se enriquece lo hace gracias a “arreglar” con el poder de turno y, por tanto, a expensas de todos los que solventan al estado.

Esta dinámica genera una brecha entre ricos y pobres, o entre los que tienen más y los que tienen menos, que fomenta el resentimiento y la desconfianza hacia el sistema.

La riqueza de unos comienza a ser sospechada más y más de ser la causante de la pobreza de otros y nada bueno puede esperarse de esta situación.

Finalmente, se debe dar una solución a este esquema. Nuestra propuesta es radical: si el estado no existiera esto no pasaría. Sin embargo, dado que el estado existe y no es razonable proponer su eliminación, lo que debe hacerse es limitarlo lo más posible en su poder y tamaño, así como en su capacidad para otorgar beneficios de manera discrecional.

Solo de esta forma terminaremos con el capitalismo de amigos y daremos paso a un sistema donde la brecha podrá ser creciente o decreciente, pero la pobreza será progresivamente eliminada y todos viviremos mucho mejor.



[1] El ejemplo es tomado de una clase magistral del Dr. Martín Krause que se encuentra disponible en internet en el siguiente link: http://www.youtube.com/watch?v=Ve0dGjM_mV8

[2] Randal Holcombe: “Crony Capitalism: By-Product of Big Government” disponible en http://mercatus.org/publication/crony-capitalism-product-big-government

[3] Según las conservadoras cifras del Banco Interamericano de Desarrollo.

[4] Lo que se evidencia en el Índice de Libertad Económica de la fundación Heritage: http://www.heritage.org/index/ranking

[5] Los datos se extraen de las declaraciones juradas de los funcionarios, presentados por el Diario La Nación en su edición On Line: http://www.lanacion.com.ar/1546303-los-bienes-de-los-funcionarios-en-la-primera-news-application-de-la-nacion

 

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