No, la inflación no baja por la recesión

Iván Carrino / Martes 13 de septiembre de 2016 / Dejá un Comentario

Si hay un dato positivo de la economía argentina en el año 2016 es que la inflación está bajando. Tras años de tener niveles considerablemente elevados en términos internacionales, y luego de un primer semestre con un fuerte salto de los índices de precios, agosto se transformó en el cuarto mes consecutivo de caída de la inflación.

Este descenso no es producto del retroceso en la suba de la tarifa de gas decretado por la Corte Suprema de Justicia, sino que se verifica también en el IPC Núcleo, un indicador que deja fuera del análisis a los llamados “precios regulados”. Así, la caída de la inflación responde directamente a la nueva política monetaria del Banco Central, que busca ser contractiva y antiinflacionaria.

No todos aprecian esta realidad. Muchos analistas sugieren, por el contrario, que la inflación está cayendo por culpa de la recesión económica, por lo que es una nueva mala noticia que trae la economía nacional.

Quienes esto sugieren, como la expresidente del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, suelen analizar la realidad únicamente con un básico herramental keynesiano de oferta y demanda agregada.

De acuerdo con este análisis, el crecimiento económico siempre se explica por el aumento de la demanda agregada. Una mayor demanda producto de un mayor consumo, genera crecimiento y también inflación, por lo que los keynesianos consideran que tener inflación es bueno porque demuestra que la economía crece.

Con este mismo análisis, sugieren que la baja de la inflación es una mala noticia, porque demuestra que se ha “deprimido la demanda”.

Ahora este planteo no siempre es cierto. En 2014, por ejemplo, la inflación se aceleró al 38% y el PBI cayó nada menos que 2,6%. En los primeros meses de este año, la inflación llegó a marcar un 47% anual, y todos los datos de actividad económica han sido paupérrimos. Más inflación, queda claro, no implica más crecimiento.

Es que los aumentos de precios afectan los planes de inversión de las empresas. Además, cuando estos aumentos aparecen luego de la represión o los controles, pegan directamente en la rentabilidad de algunos sectores, reduciendo la producción y la oferta agregada de la economía. Así, es la inflación la que genera la caída de la actividad, no lo contrario.

Otro punto a analizar es que la inflación es un impuesto, y cuanto mayor es la inflación, mayor es el peso del impuesto sobre todos los que ahorran en pesos y tienen ingresos fijos. En este sentido, una baja de la inflación es análoga a una caída de la presión tributaria, un factor netamente positivo para el crecimiento sostenible de la economía.

Por último, la estabilidad monetaria brinda previsibilidad y ofrece confianza en el futuro. Estos factores estimulan el ahorro, la inversión y la mejora de la productividad, todo lo que se necesita para que la economía crezca con vigor y genere más y mejores empleos.

Para reducir la inflación es necesaria una política monetaria sana, que reduzca la cantidad de dinero en circulación y restablezca el poder de compra del dinero. Y como decíamos al principio, en esa tarea se encuentra trabajando el Banco Central.

Ahora la responsabilidad también recae en el plano fiscal porque, en última instancia, el exceso de dinero en circulación se debe a la financiación monetaria del abultado déficit. Es decir, al inmenso nivel de gasto público comparado con al recaudación tributaria.

La política monetaria está haciendo su trabajo. La política fiscal, por ahora, sigue siendo un interrogante.

Sin embargo, una cosa es clara, la inflación no baja por la recesión y los keynesianos han vuelto a equivocarse. En la medida que el problema de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda vaya solucionándose, mayor será la confianza y mejor el futuro económico del país.

Publicado originalmente en PanAmPost.

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