Los mercados fallan ¡por eso los necesitamos!

Iván Carrino / Martes 2 de julio de 2013 / 1 Comentario

Arnold Kling y Nick Shulz. Traducido por Iván Carrino

Hace 100 años que dos campos libran la batalla filosófica y política por la influencia sobre la economía de los Estados Unidos. Estos difieren en su visión sobre la naturaleza de los mercados y del gobierno. Pero ambos se equivocan.

Uno de los grupos parece decir que los mercados jamás pueden equivocarse. Sus puntos de vista estuvieron en auge durante los años 20 y resurgieron en la década del 80.

El otro grupo argumenta: “Los mercados fallan, por eso necesitamos al gobierno”. La idea es que el mercado siempre tiende a los excesos y los desequilibrios y, por lo tanto, necesita la mano firme y reflexiva del gobierno para proteger a los consumidores y los inversores de las fallas y la incertidumbre. Este campo cree que unos tecnócratas inteligentes podrán poner en orden a los mercados.

A raíz de la crisis financiera que dio origen a una recesión económica más amplia, los abogados de la intervención del gobierno están nuevamente a la carga mientras que los tradicionales defensores del mercado se encuentran en retirada. Así, hemos visto cómo el gobierno fue incrementando su participación en la economía con la propiedad parcial de muchos grandes bancos, con la nacionalización de compañías automotrices, con grandes programas de “estímulo”, con propuestas de límites máximos y comercio de emisiones de carbono, y con un gran iniciativa para la salud.

A los defensores tradicionales del mercado les ha costado hacerse escuchar en este último tiempo. Después de todo, parece que los mercados no funcionan para nada. El Dow sube y se desploma de una manera aterradora, el mercado inmobiliario se infla y luego hace cráteres, los servicios financieros se encuentran al borde de la extinción y luego rompen récords de rentabilidad.

Es evidente que el gobierno puede mejorar esta performance. ¿De verdad?

A lo largo de las últimas dos generaciones comenzó a emerger una mirada distinta tanto del gobierno como del mercado. Una mirada a la que puede haberle llegado su momento. Es una mirada que cree que los dos bandos tradicionales han ignorado puntos muy importantes acerca de los mercados.

Además, es una mirada que, si se adopta, ayudará a reinterpretar los giros del mercado y las intervenciones gubernamentales desde una perspectiva mucho más realista. La mirada es sutil, pero tiene una profunda influencia en cómo el público y los políticos deberían pensar en los mercados y, finalmente, en el rol del gobierno en la economía.

Esta mirada puede resumirse así: “Los mercados fallan y es por eso que los necesitamos”

Este punto de vista, en apariencia paradójico, está basado en una variedad de líneas de investigación en economía enfocadas en el desarrollo, la historia, la tecnología y el crecimiento y la creación de nuevas compañías. De acuerdo con esta perspectiva, los empresarios que están trabajando para la economía – en las áreas de finanzas, alta tecnología, manufacturas, servicios y más allá – están constantemente experimentando, creando nuevos modelos de negocio, nuevas técnicas y nuevas tecnologías que constantemente cuestionan el orden establecido de las cosas.

Algunas nuevas tecnologías e innovaciones consisten en mejoras genuinas que, de aquí al futuro, mejoran el bienestar. Sin embargo, otras innovaciones son el equivalente futbolístico de un buen amague – parece que se trata de la oportunidad histórica, lo que hace que todos los agentes del mercado salten a la acción, solo para darse cuenta, luego, que sus apuestas estaban equivocadas.

Dada esta dinámica, los mercados son impredecibles, son propensos a los procesos de auge y recesión y están caracterizados por ciclos de exuberancia que pueden ser racionales o irracionales pero que solo podemos darnos cuenta de ello al verlo en retrospectiva.

Sin embargo, los mercados también son el único mecanismo fiable para resolver estas complicaciones de manera rápida. A pesar de los auges y las depresiones, los mercados crean riqueza y son los generadores de la genuina innovación de largo plazo.

Cuando el gobierno intenta poner orden en este caótico e inherentemente riesgoso proceso, inmediatamente se enfrentan con dos verdaderos peligros.

El primero es el de estrangular la innovación antes que esta pueda surgir. De aquí que las propuestas para crear una Agencia de Protección al Consumidor de Servicios Financieros, un ente regulador del riesgo sistémico, un plan de seguro de salud nacional, una política de “empleo verde”, o cualquier intento por planificar a la sociedad de arriba para abajo pueda traer más daños que beneficios.

El segundo peligro tiene que ver con la naturaleza de la economía política. La política crea sus propios innovadores que pueden ser tan desestabilizadores para los mercados como los mismos agentes del mercado, pero en una forma mucho más perniciosa.

Los economistas llaman a estos emprendedores políticos “buscadores de rentas”. Los buscadores de rentas adquieren fortunas, no creándola, sino canalizándola a través de favores políticos. Ejemplos de esto pueden ser los monopolios patrocinados por el gobierno, las exenciones impositivas para determinadas industrias y las lagunas legislativas insertadas en las leyes por los lobistas.

El auge en el mercado inmobiliario y en los activos hipotecarios de los Estados Unidos que tan mal terminó fue alimentado por las políticas del gobierno que estimularon a los buscadores de rentas en el mercado de los bienes raíces, el mercado de la construcción inmobiliaria y la industria de financiación de hipotecas.

Los buscadores de rentas no saben de política partidaria. Utilizaron el impulso que Bush dio a la creación de una “sociedad de propietarios” para ofrecer productos hipotecarios poco confiables. Antes de eso, utilizaron el impulso del presidente Clinton para una “economía más justa” para forzar a los bancos a realizar préstamos a los pobladores de los barrios más humildes. En ambos casos, los buscadores de rentas convirtieron un eslogan político en un beneficio económico, pero la sociedad pagó un costo muy grande cuando el auge terminó.

La respuesta a la presente crisis ha perpetuado e incluso intensificado este proceso en la medida que cientos de miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes se utilizan para sostener a las mismísimas compañías que tomaron un riesgo excesivo. Cuanto más grande la mala apuesta, más grande el rescate.

Esto nos lleva a la diferencia principal entre el mercado y el gobierno. Cuando los excesos derivados de la innovación y los desequilibrios son reconocidos en el mercado, el sistema puede corregirse rápidamente. Este no es el caso cuando lo que falla son las políticas del gobierno.

Dado que la gente tolera menos las fallas de la política que las fallas del mercado, los políticos caen en la tentación de evitar reconocer el papel que han jugado en la creación y la perpetuación de los problemas. Incluso pueden llegar a doblar sus malas apuestas. De esta forma, en lugar de reconocer el rol central que tuvo el gobierno en el auge y la depresión del mercado inmobiliario y volver sobre sus pasos, vemos que el aparato político sigue inyectando más y más dinero en Wall Street y en el mercado hipotecario.

Los mercados fallan, pero aprenden de sus errores. Por eso necesitamos a los mercados. El gobierno puede prometer que garantizará nuestra prosperidad, pero solamente el mercado puede cumplir esta promesa.

Nick Schulz es editor jefe de American.com y the DeWitt Wallace Fellow en AEI. Arnold Kling es miembro del Mercatus Center’s Financial Markets Working Group. La version original, en inglés, se encuentra aquí.

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