Liberalismo, pandemia y economía: 190 días después
*Transcripción completa de mi alegato de apertura en el debate que protagonicé con Eduardo Sartelli sobre la pandemia, el liberalismo y el socialismo. El video del debate completo se encuentra al final.
A principios de este año, un virus llamado Coronavirus comenzó a sonar fuerte en todos los medios masivos de comunicación. Nacido en China, este virus altamente contagioso y potencialmente letal comenzaba a expandirse y los gobiernos empezaban a tomar drásticas medidas como respuesta.
Entre febrero y marzo, casi todos los gobiernos decidieron adoptar alguna forma de estrategia de confinamiento o cuarentena, que para definirla en pocas palabras, se trató de un mandato legal para que la gente permaneciera en sus casas y saliera solamente para realizar lo mínimo indispensable. Es decir, ir al supermercado a hacer las compras, ir a la farmacia a comprar medicamentos, ver al médico en casos de importancia y, acaso, pasear a los perros aquellos que tuvieran.
Nada más. A trabajar “desde casa”, salvo que fueras parte de las “actividades esenciales”. La prioridad, “y la única solución a la pandemia”, nos decían, era quedarte en tu casa.
Si tomamos como referencia de esto el “Stringency Index” de la Universidad de Oxford vemos que Argentina, Perú, Reino Unido, Italia y hasta Estados Unidos llevaron sus “índices” a valores de entre 71 como el caso de España, hasta 100 en el caso de Argentina. Una excepción a esto fue Suecia, que solo llevó su dureza al nivel de 28,7, siendo obviamente “0” el valor para las nulas restricciones.
La visión liberal
Si bien al principio el consenso en relación a estas medidas era grande, por no decir enorme, ya desde los primeros días hubo voces que empezaban a advertir que este remedio podía ser “peor que la enfermedad”.
A los liberales esa idea nos resultó muy cercana. Es que para el liberalismo el valor fundamental a defender es la libertad individual. Es decir, que no exista coacción estatal contra la voluntad de las personas de vivir su vida como mejor les parezca, siempre que el ejercicio de esa libertad no impida que otras hagan lo mismo.
En este contexto, que el estado, con el argumento de cuidar la salud, nos obligara a todos a encerrarnos, hacía al menos algo de ruido.
Es cierto que Mises describió en La Acción Humana que en una sociedad liberal: “… el estado, el aparato social de coerción y compulsión, no interfiere con el mercado ni con las actividades de los ciudadanos conducidas por él… Emplea su fuerza solamente… para proteger la vida del individuo, su salud y su propiedad contra la agresión violenta o fraudulenta…”
En su momento leí esta frase como una posible justificación de alguna restricción a la libertad, siempre que el ejercicio de ésta pusiera en peligro la salud de terceras personas… Ahora qué tipo de restricción, de qué intensidad y por cuánto tiempo no estaba nada claro.
Igualmente Hayek, su discípulo, había sido más explícito unos años antes. En Camino de Servidumbre, explicaba que:
“…la libertad individual no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera.”
En 2020 los argentinos y otros pueblos del mundo vivimos exactamente lo que Hayek describió en 1945. Entregamos la libertad a la supremacía de un objetivo único, “la preservación de la salud”.
Que, encima, ni siquiera esto se haya preservado, habla de otro fracaso de la planificación estatal. Pero además hay que decir aquí que ni siquiera se quiso proteger la salud. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.
«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades»
Con las cuarentenas y los confinamientos, los gobiernos del mundo, para proteger a algunos ciudadanos de una sola enfermedad en particular, sacrificaron su bienestar físico, mental y social. ¿De qué salud hablaban?
El costo económico
Hayek también advertía sobre el alto costo económico de algunas decisiones políticas y sociales.
“A menudo, la vida y la salud, sólo pueden preservarse mediante un considerable coste material, y alguien tiene que decidir la opción. (…) Para tomar un solo ejemplo: podríamos reducir a cero las muertes por accidentes de automóvil si estuviéramos dispuestos – de no haber otra manera- a soportar el costo de suprimir los automóviles. Y lo mismo es cierto para otros miles de casos en los que constantemente arriesgamos vida y salud …”
La vigencia de esta reflexión es estremecedora. Es que los políticos reaccionaron con el pánico que se había dispersado por la población, y entendieron que la mejor respuesta que podían dar era mostrar el intento de reducir estos “riesgos constantes para la vida y la salud” a 0. Obviamente, si después el experimento salía mal era lo de menos. El político sigue las encuestas, y no mira el largo plazo, y mucho menos la ciencia. Creo que el caso argentino es suficiente evidencia de esto.
Ahora bien, y para terminar con las citas por si a la audiencia Mises y Hayek le parecen muy lejanos en el tiempo. En el epílogo de su libro “Una Revolución Liberal para España”, el economista español Juan Ramón Rallo sostiene que
“Podría haber circunstancias donde no iniciar la violencia condujera al caos más absoluto, a la miseria y a la extensión del grupo humano. Por ejemplo, si una sociedad fuera infectada por una pandemia que se extendiese rapidísimamente y que acarrerara una muy elevada mortandad, probablemente muchos considerarían aceptable obligar, aun mediante la fuerza, a todos los individuos a vacunarse. Pero incluso aquí tenderíamos a reclamar que el problema se solventara con “la mínima coacción necesaria durante el tiempo mínimo imprescindible””
A la luz de estas consideraciones cabe preguntarse tres cosas: ¿Cuán rápido se extendió la enfermedad? ¿Cuán alta es la tasa de mortalidad? ¿Por cuánto tiempo y cuán fuerte fue la coacción generada desde el estado para combatirla?
La respuesta a la primera pregunta parecería ser definitivamente que la enfermedad se transmite muy rápidamente. Pero estos números deben ser matizados. Al día de hoy hay 33 millones de infectados detectados a nivel global, en una población de 7.000 millones.
Es decir, el virus lo tiene o tuvo el 0,5% de la población global. Como las muertes totales son 996.300, encontramos que murió 0,014% de la población global por COVID.
¿Esto es mucho o poco? Si comparamos con las entre 250 y 500 mil muertes por Gripe Estacional al año parece mucho. Si comparamos con las muertes por accidentes de tránsito, que fueron 1,35 millones en 2016, están ahí. No obstante, no eliminamos el uso de los automóviles por ello.
Así que el punto fundamental es cómo reducir el número de muertes pero maximizando a la vez la libertad individual y sin reducir el bienestar económico.
Algunos datos de Argentina
Obviamente, estas dimensiones no se tuvieron en cuenta en los países que implementaron duras cuarentenas. En Argentina el PBI anualizado cayó al 50% en el segundo trimestre, mientras nos reíamos de que en Estados Unidos había caído 32%.
Por otro lado, si bien el desempleo trepó pocos puntos, la caída interanual del empleo fue de 20,9%, mientras que en EEUU fue del 12,3% y en Alemania del 1,1%. En Perú, que implementó una de las cuarentenas más duras de la región, el empleo cayó 55%, sin por eso evitar el puesto número 1 del ránking global en muertes por millón.
¿No era que la cuarentena era el único camino posible?
El gobierno argentino, frente a los pedidos de mayor libertad, y las advertencias respecto de la economía, decía que “no era cierto que si abría la cuarentena la economía iba a ir mejor” porque la gente por miedo no quería ir a los comercios.
Tiene que explicar ahora, con récord de casos, por qué decidió finalmente flexibilizar la cuarentena y directamente dejar de hablar de la cuestión sanitaria.
Y, de paso, también podría explicar porque cuando la Ciudad de Buenos Aires abre los bares con mesas afuera, los casos registrados bajan, en lugar de subir.
También nos decía el presidente que la estrategia sueca era un fracaso, y que si Argentina hacía lo que ellos, entonces íbamos a tener 13.000 muertes. Que el número de muertes totales en el país hoy sea 15.000 no es un buen dato para comparar. Pero el día que el presidente hizo la comparación teníamos el 1,7% de muertos por millón de los suecos. Hoy tenemos el 57,8% (336,49 / 582,22) y la brecha se achica a pasos vertiginosos.
Tan vertiginosos como el fracaso sanitario, económico, y el sacrificio de nuestra libertad por el intento del gobierno nacional, provincial y municipal, de mantenerse arriba en las encuestas.
La solución liberal
¿Qué hacer entonces? Ya a fines de marzo advertíamos que, dadas las características del virus -que afecta desproporcionadamente a las personas de mayor edad- el confinamiento total era una respuesta excesivamente costosa. Unas semanas después, ya era evidente que “nos habíamos pasado de rosca” y que estábamos exagerando demasiado.
Es que como decíamos antes, para un virus que contagió al 0,5% de la población y se cobró la vida de 0,014%, estábamos condenado al restante 99,98% de la población a vivir una vida de encierro. Y aquí quedaba claro que no era “vida o economía” sino “salvar la vida de algunos a costa de destruir la de otros”.
Entonces para pensar en una estrategia liberal habría que imaginarse que hubiese pasado si el gobierno “no hacía nada”. En ese caso, nada iba a impedir que:
————> Los médicos alertaran de la situación.
————> Los medios difundieran información sobre cómo prevenir el virus.
————> Los sistemas sanitarios privados se preparasen para recibir un muy elevado número de consultas y casos.
————> Las personas tomaran las precauciones del caso, por propio interés.
————> Cierren las actividades de alto riesgo de contagio (reuniones masivas, partidos de fútbol, teatros cerrados), porque la gente no querría asistir.
Y, como siempre, habría que esperar un tiempo para que un laboratorio, también por propio interés, desarrollara una vacuna.
Ahora si incluimos al gobierno, por supuesto que podríamos añadir:
————> Mayor inversión en el sistema público de salud, reduciendo gasto en otras partidas.
————> Algún programa de difusión masiva de información de prevención.
————> Una sugerencia dirigida especialmente a la población de riesgo de quedarse en su casa.
Como se ve, no recomiendo en este caso ni siquiera obligar al uso del barbijo. ni la realización de una cuarentena siquiera por corta duración. Aunque, claro, estoy dispuesto a aceptar esas intromisiones a la libertad antes que la “cuarentena más larga del mundo”.
Ahora la estrategia entonces podría resumirse en “estimados ciudadanos, hay una pandemia y hay que cuidarse, pero la vida sigue adelante”. No restringiremos la libertad de nadie, salvo que veamos algún acto de deliberado ataque y contagio sobre terceros.
En este caso, y para ir cerrando, Todos tendrían la libertad de salir, trabajar, viajar, y cada uno sería responsable de sí mismo. Ahora bien, se podría argumentar que esta libertad de algunos limita la libertad de otros. Especialmente se daría esto en el caso de la libertad de los jóvenes (con bajo riesgo de muerte) que restringiría la de los viejos (con mayor riesgo). O sea, la libertad de unos haría que otros, por querer evitar el contagio, tengan que quedarse en su casa.
Y, obviamente, que con personas extremadamente aversas al riesgo este puede ser el caso. Pero:
1) La alternativa de la cuarentena implica trasladar esa aversión al riesgo, de manera forzada, a toda la población.
2) Esa persona aún puede salir de su casa, usar barbijo, máscaras, y mantenerse a distancia de los demás. Por eso decimos que no es lo mismo un joven que está tomándose una cerveza o esperando el colectivo, que un ladrón, o un asesino, que salen a la calle con la expresa decisión de vulnerar un derecho de tercero.
Para terminar, la cuarentena fue una exageración absoluta y como diría mi amigo Alejandro Bongiovanni, vamos a recordar a 2020 como el año de “la gran desproporción”. El gobierno decidió eliminar la libertad, y cuando se elimina la libertad no solo nos afecta perderla, sino que aparecen las durísimas consecuencias económicas que muchos ya están viviendo.
Es ridículo afirmar que acá el problema es el capitalismo. Precisamente todo lo contrario, destruyeron la libertad que es la base del capitalismo, y con eso se derrumbó la economía y el bienestar. Esperemos que más allá del gran costo, hayamos aprendido la lección y nunca jamás volvamos a repetir un error como este.*
Comentarios
Gabriel Zanotti
Domingo 27 de septiembre de 2020 a las 11:09 pmExcelente……………….