La inflación como fenómeno monetario: Teoría e Historia

Iván Carrino / Martes 4 de octubre de 2022 / Dejá un Comentario

Buenas tardes a todos,

Nos convoca hoy el debate sobre la inflación y sus causas. Propongo entonces empezar con una mirada rápida hacia los datos del mundo al día de hoy. Si tomamos el promedio de los últimos 20 años, 8 de los 10 países más relevantes de América del Sur tienen una inflación promedio anual menor al 8%. Se trata de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.

En todos estos casos, sus Bancos Centrales tienen como objetivo principal y prioritario, mantener el valor estable de su moneda.

Teniendo en cuenta este dato objetivo de la realidad, y considerando que los Bancos Centrales son, por sobre toda las cosas, los responsables de determinar las cantidades óptimas de dinero de una economía, no podemos negar fácilmente que exista una relación entre la cantidad de dinero y el poder adquisitivo del mismo. O, dicho en otras palabras, entre la cantidad de dinero que existe en una economía y su tasa de inflación.

Un paper reciente del FMI (Yan Carriere-Swallow y otros, 2016) nos subrayó este punto. Analizando el importante logro de América Latina en materia de inflación desde la década de los ‘90 hasta esta parte, el FMI encontró que fueron las reformas monetarias realizadas durante ese período las que condujeron a la conquista de la estabilidad en la región.

Para los autores:

Desde la década de 1990, la política monetaria en América Latina ha logrado una transformación notable en términos de lograr la estabilidad de precios. Una ola de reformas legales en la región en la primera mitad de la década, en algunos casos consagradas en constituciones nacionales, otorgaron independencia a los bancos centrales. En esencia, los cambios tenían como objetivo restringir el financiamiento del banco central de los déficits del sector público que estaba en la raíz de la alta inflación en toda América Latina.

La mejora que describen se debió principalmente a cuatro factores: 1) la definición de un mandato estrecho y claro para los bancos centrales; 2) la formulación de políticas independientes de las necesidades del tesoro; 3) la autonomía en la implementación de la política monetaria; y 4) la rendición de cuentas y transparencia de los entes monetarios.

Estos cuatro pilares virtualmente eliminaron, en América Latina, el problema de la inflación. Obviamente, los autores mencionan a los dos países que abandonaron el camino: Argentina y Venezuela, donde no casualmente, sus Bancos Centrales tienen múltiples objetivos que alcanzar y, además, no gozan casi de ninguna autonomía ni independencia[1].

A primera vista, entonces, parecería haber algunos argumentos para afirmar que una cantidad de dinero excesivamente elevada es causa de una elevada tasa de inflación. Esta afirmación, además, encuentra numerosos adeptos en la historia del pensamiento económico.

Un repaso por la historia

En un trabajo de Raymond de Roover (Roover, 1983) se reseña el pensamiento de los autores y profesores nucleados en la llamada “Escuela de Salamanca”. Entre estos autores, algunos de ellos discípulos de Francisco De Vitoria, que vivieron entre los siglos XV y XVI, se encuentran Domingo de Soto, Diego de Covarrubias y Leyva, o Martín de Azpilcueta, conocido como Doctor Navarro.

De acuerdo con De Roover, todos estos autores coincidieron en que existía una relación entre el dinero y la inflación. En sus palabras, sostiene que:

Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero.

Tiempo después, en la Inglaterra del siglo XVII se dio un debate acerca del envilecimiento de las monedas de plata. De acuerdo con Rothbard (Rothbard, 1995) en el año 1690 el circulante monetario de Inglaterra se encontraba muy deteriorado, con lo que las viejas monedas no eran deseadas por el público, que prefería utilizar las nuevas monedas acuñadas por las autoridades. La gente o bien hacía circular más las monedas deterioradas, guardándose las nuevas, o bien aceptaban las monedas deterioradas pero por su peso y no por su valor nominal.

Esto llevó a que la Casa de la Moneda de la época tuviera que volver a acuñar las monedas, y que algunos sugirieran que lo que debía hacer el ente era pasar todas las monedas nuevas al peso de las viejas, deterioradas, pero al mismo valor nominal.

Frente a esta postura se alzó el filósofo inglés John Locke. En su libro Some Considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money (1692), Locke denunció el envilecimiento como algo ilusorio y engañoso. Según Rothbard explica, para Locke:

… lo que determinaba el valor real de una moneda (…) era la cantidad de plata en la moneda, y no el nombre que le otorgaran las autoridades. La degradación, advirtió Locke en su magnífica discusión, es ilusoria e inflacionista: si las monedas, por ejemplo, se devalúan en una vigésima parte, “cuando los hombres vayan al mercado a comprar cualquier otra mercancía con su dinero nuevo, pero más ligero, encontrarán que 20 chelines de su nuevo dinero no comprarán más de lo que 19 compraban antes’. La degradación simplemente diluye el valor real.[2]

Después de John Locke vino David Hume, quién criticó la idea mercantilista de mantener una balanza comercial positiva, precisamente por ignorar la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios.

Según Robert Ekelund (Ekelund, Hébert, 2005), David Hume:

Puso de relieve un mecanismo precios-flujos de metales preciosos que vinculaba la cantidad de dinero a los precios y las variaciones de éstos a los superávits y déficits de la balanza comercial.

Para el filósofo inglés, la idea de mantener una balanza comercial positiva de forma permanente era imposible, puesto que el mayor ingreso de metales preciosos presionaría al alza los precios, lo que encarecería relativamente al país superavitario respecto de sus vecinos. Este fenómeno impulsaría entonces un aumento de las importaciones y una baja de las exportaciones lo que, a la postre, regresaría al equilibrio a la balanza comercial.

Por la misma época se destacó un pensador irlandés, que pasó gran parte de su vida en Francia e Inglaterra: Richard Cantillon. El aporte fundamental de Cantillon no fue tanto insistir en la relación positiva que ya varios comprendían entre dinero y precios, sino establecer un mecanismo a través del cual el cambio en la cantidad de dinero beneficiaba a los distintos sectores de la sociedad. Para Cantillon, una mayor cantidad de dinero no siempre aumentaba en la misma proporción los precios de todos los bienes y servicios que se producían. Esto era así porque el resultado final dependía de quién o quiénes recibían el nuevo dinero en primer lugar.

Cantillon (Cantillon, 2020) sostenía que:

Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero (…)

Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro o plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. (…) Estos precios elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precios, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países…

Así, si los escolásticos y los clásicos ya habían advertido sobre el rol del dinero en la inflación, Cantillon advirtió sobre las consecuencias redistributivas de la inyección de nuevo dinero en una economía. Y estos efectos ocurren tanto si el nuevo dinero es oro de reciente extracción, o papeles de reciente impresión.

A comienzos del Siglo XX llegó Irving Fisher, quien consagró en la historia una ecuación que todos los estudiantes de economía alguna vez tuvieron que estudiar: M*V=P*T. De acuerdo con Fisher, si M es la cantidad de dinero en circulación, si V es la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de precios y Q el índice de volumen físico de las transacciones, entonces de no moverse ni V ni T, un cambio en M impactará en P en la misma proporción. Ya John Stuart Mill había expresado lo mismo previamente, aunque sin la simbología matemática. Siguiendo a Ekelund (Ekelund Hébert, 2005), Mill decía que:

… para una cantidad de mercancías y un número de transacciones determinados, el valor del dinero es inversamente proporcional al producto de su cantidad por lo que se llama velocidad de circulación del mismo.

Fisher insistió en que ni Q ni T se verían impactados por los cambios en M, lo que dio origen a la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero. El vínculo entre el dinero y la inflación estaba ahora plenamente establecido. La dirección de causalidad también.

Keynes, Friedman y la Escuela Austriaca

Durante los años ‘30, Estados Unidos experimentó la deflación, en el medio de un contexto de crisis, con aumento del desempleo y caída de la producción. En ese entonces, era esperable que nadie tuviera como primera preocupación la suba de los precios. Pero ni siquiera Keynes -el revolucionario padre de la Macroeconomía- negó que existiera una relación entre emisión e inflación. En una carta escrita al presidente Franklin D. Roosevelt y publicada en el New York Times, Keynes[3] exhortó al mandatario norteamericano a salir al rescate de la economía aumentando la demanda agregada.

De acuerdo con el economista inglés, este aumento debía generarse con un mayor gasto público, a financiarse con “dinero prestado o impreso”. Pocas líneas después admitió que esto pudiera tener un efecto en los precios, pero lo juzgó como algo positivo. “Los precios en alza deben ser bienvenidos porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo”, decía Keynes, motivo por el cual “es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria”.

Después de Keynes, la inflación y sus orígenes pasaron a un segundo plano casi por 40 años. Hubo que esperar a un nuevo contexto global: el de la estanflación, para -digamos, “volver a las bases”. Y el retorno de la teoría cuantitativa del dinero estuvo a cargo de nada menos que Milton Friedman, académico de la Universidad de Chicago.

A través de numerosos estudios, conferencias y hasta documentales, el profesor Friedman se esforzó por difundir nuevamente la idea de que la inflación era un fenómeno siempre monetario y que la solución a la misma pasaba por un mayor control de la política monetaria y de la fiscal.

En palabras de Friedman (Friedman, 2012):

La causa próxima de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido en la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción (…) Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.

Friedman sostenía que detrás del aumento de la cantidad de dinero, que generaba inflación, había tres causas finales: el aumento del déficit fiscal, la búsqueda del pleno empleo, y el intento por reprimir el aumento de las tasas de interés. Finalmente, concluía con firmeza que “la única manera de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”.

Otro aporte que nos dejó el estadounidense fue su crítica a la Curva de Philips, donde añadió un factor de relevancia crucial para visiones contemporáneas sobre la inflación: el rol de las expectativas. Pero antes de llegar ahí, pasemos primero a la visión de la Escuela Austriaca de Economía sobre la relación entre el dinero, el poder de adquisitivo de la moneda y el aumento de los precios.

En sus conferencias en Buenos Aires[4], Ludwig von Mises reforzó la teoría cuantitativa del dinero al sostener que “si la oferta de caviar fuera tan abundante como la de patatas, el precio del caviar —es decir, la relación de intercambio entre caviar y dinero o caviar y otros productos— cambiaría considerablemente.”. Al considerar al dinero un bien económico como cualquier otro, la misma lógica cabía aplicarle.

No obstante, en La Acción Humana (Mises, 2011), dedicó algunos capítulos a tomar distancia de la ecuación cuantitativa del dinero. Es que para Mises, el establecimiento de una relación mecánica entre variables agregadas era una ofensa a su preciado individualismo metodológico.

Para Mises, la idea de un dinero que no tenga efectos reales (es decir, que no modifique la estructura productiva de la economía), es errónea. Y, además:

Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Se olvidaba que ninguna variación de las existencias dinerarias puede afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. (…) En orden a demostrar la doctrina según la cual la cantidad de dinero y los precios suben o bajan proporcionalmente, al abordar la teoría del dinero se adoptó un método totalmente distinto del que la economía moderna emplea en el estudio de todos los demás problemas.

Tiempo después, otro pope de la Escuela Austriaca, F.A. Hayek (Hayek, 1996), expresó que estaba de acuerdo con el enfoque monetarista de Milton Friedman de que toda inflación era inflación “de demanda”. Sin embargo, objetaba que la teoría:

… a causa del énfasis que pone en los efectos de las variaciones de la cantidad de dinero sobre el nivel general de precios, dirige una atención demasiado exclusiva a los perniciosos efectos de la inflación o deflación sobre la relación crediticia, pero pasa por alto los efectos, aún más importantes y dañinos, que tienen las inyecciones y retiradas de circulante sobre la estructura de los precios relativos y la consiguiente asignación errónea de recursos y, en particular, la mala dirección de las inversiones que causa.

Con las críticas de Mises y Hayek, y retomando aquellas enseñanzas de Cantillon, los economistas austriacos elaboraron una teoría del ciclo económico totalmente original. La emisión monetaria puede o no generar inflación (medida esta como el aumento sostenido del nivel de precios), pero sin dudas generará una distorsión de los precios relativos de la economía, que llevará a la misma a un sendero de crecimiento insostenible que -tarde o temprano- deberá terminarse. El final de este proceso tendrá dos alternativas: o bien una crisis económica con subas del desempleo y deflación, y bien una hiperinflación y el fin de la moneda (Mises, 2005).

O sea, los austriacos no negaron los efectos del dinero en el nivel de precios agregado de la economía, pero hicieron foco en un efecto considerado aún más dañino: la distorsión de la información que los precios de mercado saben transmitir mejor que nadie.

Es así que tras recibir el Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek publicó su “Desnacionalización del Dinero”, obra en la cual, tras afirmar que “la historia casi se reduce a la historia de las inflaciones y normalmente de las que las autoridades generan para su propio provecho”, propuso eliminar el monopolio de la emisión de dinero. Tras ello, sus seguidores, entre los más destacados George Selgin y Lawrence White, escribieron libros y artículos en defensa de un sistema monetario totalmente desregulado, con bancos de reserva fraccionaria y emisión de dinero privado por parte de estas instituciones.

El corto plazo, Macri y Olivera

Si me siguen hasta acá, tal vez haya varios convencidos de que efectivamente la relación entre el dinero y la inflación es una ampliamente conocida y aceptada por los economistas, y por tanto, una herramienta para entender y modificar la realidad. Me refiero a que si hay mucha inflación, podemos pensar que se debe a que se emitió mucho dinero y, por otro lado, que si queremos bajarla, podemos pensar que el mejor camino es dejar de emitir.

No obstante, algún escéptico todavía puede estar dudando. Y para reforzar sus inquietudes acaso vuelva al pasado reciente de la Argentina y se pregunte: ¿si todo lo que está diciendo Iván es cierto, cómo es posible que, durante el gobierno de Macri, la emisión monetaria se haya frenado por completo y, no obstante, hayamos tenido la inflación más elevada de los -hasta entonces- últimos treinta años?

Y es aquí donde el economista argentino, Julio Hipólito Guillermo Olivera, puede hacer su entrada triunfal.

Repasemos, ante todo, los datos. Después del 28 de diciembre de 2017, cuando el poder ejecutivo interfirió en la autonomía del manejo de la política monetaria y se decidió modificar las metas de inflación, el Banco Central accedió a reducir su tasa de interés. En una economía que estaba generando dudas en materia fiscal y de sostenibilidad de la deuda, este movimiento no fue bien leído por los inversores. El siguiente paso fue el acercamiento y posterior firma de un acuerdo con el FMI, y cuando eso no fue suficiente, el acuerdo se volvió a ajustar. Es así que en el 28 de septiembre de 2018 el BCRA anunció que modificaba su esquema de política monetaria “para implementar una meta de crecimiento nulo de la base monetaria hasta junio de 2019”[5]. Con algunos ajustes en esta meta, en concreto entre el mes de septiembre de 2018 y el mes de septiembre de 2019, la base monetaria aumentó solamente un 4,8%. En septiembre de 2018 la base monetaria había aumentado 43,9% anual. Un año más tarde el ritmo de aumento se había reducido a un décimo.

A pesar de estas medidas, la inflación anual de 2019 cerró en 53,8%, la más elevada de los 28 años precedentes.

Olivera (Olivera, 1960) explicaría este fenómeno en el marco de su “teoría no monetaria” de la inflación. Lo primero que debe decirse aquí es que Olivera no negaba que la inflación fuese un fenómeno monetario. El autor argentino asegura que “por cuanto entraña esencialmente un deterioro del valor del dinero, la inflación es en sí un fenómeno monetario.” No obstante, aclaraba después, que al hablar de teorías no monetarias, no se hacía referencia a la naturaleza del fenómeno, sino a las causas que lo producían. Entre estas causas, Olivera entontraba un cambio de precios relativos que ocurriera en el marco de un mundo con precios inflexibles a la baja.

Así las cosas, si el precio del bien B cae en términos relativos respecto del bien A, pero los precios nominales son inflexibles a la baja, entonces el sistema se resuelve con un aumento nominal del precio de A, manteniéndose constante el precio del bien B. Finalmente, esto tiene como resultado un aumento general del nivel de precios de la economía. La inflación, así, no fue causada por el aumento de la emisión monetaria, sino por un cambio de precios relativos que incrementó el valor del IPC.

La teoría de Olivera podría aplicarse y explicar en parte el fenómeno de la inflación de 2019. En efecto, el aumento del valor del dólar (que pasó de $ 38,8 En diciembre de 2018 a $ 63 en diciembre de 2019) puede explicar la modificación al alza de una serie de precios de la economía no compensada por una baja de otros productos, llevando esto a una suba del nivel de precios promedio.

Ahora el punto es si estas disrupciones de corto plazo pueden negar la teoría monetarista de la inflación. Y, desde nuestro punto de vista, esto no es suficiente. La visión de Olivera -y otros “estructuralistas”- puede ser útil para entender cambios de corto plazo en la tasa de inflación: pero para comprender el fenómeno de la inflación a largo plazo -como el que vive hoy Argentina-, debemos volver a la cantidad de dinero.

De Gregorio (De Gregorio, 2017) nos muestra este fenómeno con dos gráficos (ver gráfico 5 en el anexo) elocuentes que en el eje horizontal tienen la tasa de expansión de la cantidad de dinero y en el vertical la tasa de inflación. Un gráfico muestra cambios a corto y el otro las variaciones a un plazo más largo. El economista chileno concluye que:

… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo.  (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)

En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.

La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.

Milton Friedman no estaría en desacuerdo con esta afirmación, ya que en su decálogo del monetarismo (Ravier, 2012), explicaba que a corto plazo la emisión monetaria afectaba más al nivel de actividad que al nivel de precios; siendo el impacto sobre éste más importante luego del paso de un cierto tiempo.

Por último, y volviendo al éxito que los países Latinoamericanos han mostrado en el combate contra la inflación, vale destacar el análisis de Bernanke (Bernanke, 2005), quien afirmó que la responsabilidad fundamental en el éxito antiinflacionario recae en el abandono de las ideas estructuralistas y su reemplazo por “el consenso actual entre los economistas – que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.

Tal vez los hechos más recientes, y las declaraciones de los banqueros centrales del día de hoy, junto con sus políticas monetarias, sea una nueva demostración de este dictum de Bernanke[6].

Por último, el rol de las expectativas

Como nos decía Bernanke, existe un consenso entre economistas acerca de que, en el origen de la inflación, está la política monetaria impulsada por la dominancia fiscal. Ahora a esto hay que sumarle el rol de las expectativas, un camino que comenzó Friedman pero que luego fue profundizado por autores de la talla de Robert Lucas y Thomas Sargent, entre otros.

La “revolución de las expectativas racionales”, como se ha llamado a esta nueva corriente del pensamiento económico, sostiene que los agentes económicos hacen el mejor uso de la información limitada de la que disponen y, en base a eso, buscan anticiparse y adaptarse racionalmente a los efectos esperados de las políticas gubernamentales. Así, el comportamiento de los individuos puede contrarrestar los efectos de las políticas y frustrar sus objetivos.

Un texto clásico en este sentido es el de Sargent y Wallace (Sargent & Wallace, 1981). Los autores sostuvieron en esa época la controvertida idea de que la política monetaria, por sí misma, no sería suficiente para reducir la inflación. Incluso más, que una política monetaria apuntada a bajar la inflación, si se empleaba en solitario, generaría más inflación en el futuro.

Esto era así porque, en un sistema donde el Banco Central dejara fija la tasa de expansión monetaria, por ejemplo, el déficit del gobierno sólo podría ser financiado en parte con el dinero emitido, teniendo el resto que financiarse en el mercado de bonos. Ahora bien, llegado el punto en que el mercado de bonos se saturase, entonces el Banco Central debería financiar ese déficit con “señoreaje, requiriendo la creación de dinero adicional. Más tarde o más temprano, en una economía monetaria, el resultado es inflación adicional”.

Sargent y Wallace enfatizaban su punto al considerar que, si la demanda de dinero dependía de la tasa esperada de inflación, entonces podría darse el caso de que la autoridad monetaria ni siquiera pudiera bajar la inflación en el corto plazo. Es que los agentes racionales, esperando una mayor expansión en el futuro, reducirían hoy su demanda de dinero, haciendo que la “dureza monetaria” tuviera poco efecto sobre la inflación presente.

En otro artículo sobre las hiperinflaciones europeas de los años ‘30, Sargent (Sargent, 1982) volvió a insistir en las expectativas de los agentes y, por tanto, en la credibilidad de las políticas implementadas para bajar la inflación:

Las medidas esenciales que pusieron fin a la hiperinflación en Alemania, Austria, Hungría y Polonia fueron, primero, la creación de un banco central independiente que estaba legalmente comprometido a rechazar la demanda de emisión por parte del gobierno y, segundo, una alteración simultánea en el régimen de política fiscal (…) una vez que se entendió ampliamente que el gobierno no dependería del banco central para sus finanzas, la inflación terminó y los tipos de cambio se estabilizaron.

Volviendo a 2019, esta hipótesis también podría obtener una ilustración en los hechos. Mientras los mercados creyeron en la política monetaria y la continuidad de una política fiscal gradualista hacia abajo, avalada por un organismo internacional como el Fondo Monetario Internacional, la inflación mostró cierta morigeración y el tipo de cambio se mantuvo estable. No obstante, una vez el escenario político se modificó, la expectativa de los agentes también lo hizo, de forma rápida y radical, y con ello vino el salto del tipo de cambio, una caída de la demanda de dinero, y un nuevo aumento en la tasa de inflación.

Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos tratado de entrelazar los datos de la realidad con un conjunto de ideas que han mantenido su coherencia a lo largo de, al menos, seis siglos. Así, intentamos sostener que -si bien en economía, como en toda ciencia- las conclusiones son siempre provisionales y sujetas a refutación, la afirmación de que la emisión excesiva de dinero es la causante de la inflación es una que cuenta con un considerable consenso en la profesión y en la academia y que, además, ha sido suficientemente ilustrada por la evidencia empírica a lo largo de la historia.

Eso no impide, por supuesto, que podamos escuchar objeciones y críticas. No obstante, es la creencia de este servidor, que dichas críticas no podrán cambiar en mucho los puntos fundamentales aquí vertidos.

 

Anexo de Gráficos

Gráfico 1. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur.

Fuente: elaboración propia en base a FMI

Gráfico 2. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur con Argentina y Venezuela.

Fuente: elaboración propia en base a FMI

Gráfico 3. Base monetaria (promedio míovil 12 meses) y tasa de expansión anual.

Fuente: elaboración propia en base a BCRA.

Gráfico 4. Tasa de inflación anual (2002-2020), datos mensuales.

Fuente: elaboración propia en base a INDEC y fuentes privadas.

Gráfico 5. Emisión monetaria e inflación en el corto y largo plazo.

Fuente: De Gregorio (2007).

Gráfico 6. Tasa de interés de referencia para países seleccionados (2020-2022)

Fuente: elaboración propia en base a INDEC y Bancos Centrales.



[1] La página oficial del Banco Central de Venezuela se ocupa de aclarar que dicha institución es “integrante del Poder Público Nacional” y “que ejerce funciones gestoras de interés público en coordinación con la política económica general y se rige por los principios que gobiernan la Administración Pública.”. En el caso de Argentina, la reforma de la carta orgánica del 2012 modificó los objetivos, que quedaron establecidos en 5: “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, 1) la estabilidad monetaria, 2) la estabilidad financiera, 3) el empleo y 4) el desarrollo económico 5) con equidad social. Véase BCV, Misión y Visión (http://www.bcv.org.ve/bcv/mision-y-vision) y BCRA, Carta Orgánica (http://www.bcra.gov.ar/pdfs/bcra/cartaorganica2012.pdf).

 

[2] La traducción es mía.

[3] John Maynard Keynes “An Open Letter to President Roosevelt” (1933). Disponible online en: http://www.la.utexas.edu/users/hcleaver/368/368KeynesOpenLetFDRtable.pdf (Versión en español traducida por Iván Carrino, en: https://www.ivancarrino.com/wp-content/uploads/2019/06/JM-Keynes-CARTA-ABIERTA-AL-PRESIDENTE-ROOSEVELT.pdf)

[4] El economista austriaco Ludwig von Mises bridó, en el año 1969, una serie de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En una de ellas se refirió a la inflación. Sus conferencias se encuentran publicadas por Unión Editorial, en un libro titulado “Política Económica”.

[5] El BCRA refuerza el sesgo contractivo de la política monetaria y adapta normas al nuevo esquema monetario. 28 de septiembre de 2018, disponible en: http://www.bcra.gov.ar/Noticias/BCRA-refuerza-esquema-politica-monetaria.asp

 

 

[6] En una entrevista para el programa “60 Minutos”, el actual presidente de la Fed, Jerome Powell admitió haber “inundado de dinero” el mercado. Véase Full Transcript: Fed Chair Jerome Powell’s 60 Minutes interview on economic recovery from the coronavirus pandemic https://www.cbsnews.com/news/full-transcript-fed-chair-jerome-powell-60-minutes-interview-economic-recovery-from-coronavirus-pandemic/

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