El monopolio de las Big Tech y la censura en las redes sociales

Iván Carrino / Domingo 10 de enero de 2021 / 11 Comentarios

Hace poco en este espacio hablábamos sobre los monopolios en el capitalismo y el riesgo que estos encarnan. Mi posición, la repaso, es que si en un mercado libre se crea un monopolio, es porque la o las empresas que lo conforman (oligopolio en dicho caso), han prestado el mejor servicio al cliente.

Si son las regulaciones estatales las que crean el monopolio (como en el caso de la licencia de taxis), entonces mi posición es a favor de remover esas barreras de entrada legales para competir en el mercado.

En general cuando desde la izquierda se argumenta que el capitalismo lleva a los monopolios y que esto es un problema, no queda muy claro cuál es el problema que identifican. Se limitan a decir que los monopolios conspiran contra el bienestar general, pero no la forma en la que lo hacen. No obstante, recientemente hemos sido testigos de la decisión de varias grandes empresas tecnológicas (“Big Tech”), como Twitter, Google y Amazon, de remover a Donald Trump de su ecosistema.

Twitter le suspendió la cuenta de forma permanente al presidente de EEUU. Además, Apple, Google y Amazon quitaron la posibilidad de descargar la aplicación “Parler”, una red social análoga a Twitter donde no hay “censura”. Esto llevó a varios a denunciar el enorme poder que tienen las Big Tech sobre la información y opiniones a las que se puede acceder  y a comparar a estas empresas con dictaduras o policías del pensamiento.

Analizo a continuación dos cuestiones:

1) ¿Dado que las Big Tech dominan ampliamente el mercado de la comunicación a nivel global, prueba esto que en el capitalismo existe una tendencia hacia el monopolio, como afirmaba Roxana Kreimer hace unos días?, y

2) ¿Es correcto comparar el comportamiento de las Big Tech contra Trump con el de una dictadura o el de la policía?

Capitalismo, monopolio y China

Cuando se critica al capitalismo se suele mirar una situación que a muchos les parece indeseable del sistema para luego concluir que dicho sistema “falla” o no cumple las expectativas. No obstante, se olvidan estos análisis de comparar contra las alternativas existentes. Así, por ejemplo, cuando Roxana Kreimer hablaba de las tendencias del liberalismo económico hacia el monopolio, evitaba decir que en países comunistas el monopolio es total, con lo que la situación debería parecerle mucho peor. En este caso: ¿qué modelo tiende más al monopolio?

La misma pregunta cabe hacer aquí: si admitimos que Twitter, Facebook y Google son empresas con tal poder de mercado que constituyen un oligopolio en el sector de los nuevos medios de comunicación, ¿no prueba esto que en el capitalismo la tendencia al monopolio existe? La respuesta es que no necesariamente. De hecho, podemos comparar este ecosistema con lo que ocurre en China, que tiene un sistema económico alternativo.

Un artículo de la BBC explica que en China no se pueden utilizar ni Whatsapp, ni Twitter, ni Google (estas últimas bloqueadas directamente por el gobierno), y que en lugar de YouTube o Facebook están Youku y QQ. Es decir que en la China no liberal existe la misma configuración “oligopólica” de este tipo de compañías, pero producto de la regulación estatal, que no solo bloquea la competencia de proveedores extranjeros, sino que además supervisa todos los contenidos que se publican, institucionalizando una censura gubernamental contra los ciudadanos.

Concluyendo: la configuración actual de las Big Tech no prueba que en el capitalismo haya una tendencia al monopolio. China, que no es capitalista, o al menos lo es en una medida increíblemente menor que los Estados Unidos, tiene una configuración de mercado similar en este sector, pero con el agravante de las restricciones estatales a la competencia y el monitoreo y censura gubernamental de los contenidos.

La policía del pensamiento

Vamos al segundo tema: ¿configuran Twitter, Facebook, y Google una policía del pensamiento o una dictadura? La comparación es absolutamente exagerada. En China efectivamente existe una policía del pensamiento, y si algo de lo que uno dice no le gusta al régimen, entonces uno va preso. Lo mismo ocurre en Venezuela, y lo mismo ocurrió en incontables dictaduras a lo largo de la historia de nuestros países.

La “policía del pensamiento” de Twitter, entonces, tiene unas consecuencias enormemente menos dañinas para el individuo que la policía del pensamiento de verdad. En un caso se pierde la libertad y se pasa a vivir tras las rejas; en el otro, simplemente se pierde el acceso a una plataforma para compartir información, opiniones o fotos de comida.

La exageración en este sentido es preocupante, en la medida que si alguna autoridad gubernamental se toma en serio estos reclamos, entonces podrá concluir que deben regularse estas compañías. Así, terminaremos lidiando no ya con los “Términos del Servicio” de una o varias compañías privadas -con todo lo arbitrario que nos pueda parecer- para pasar a lidiar con las Leyes y Reglamentos del estado, algo que cualquier persona considerada liberal entenderá que es mucho peor.

¿Nos puede parecer mal que una app, o un conjunto de empresas tecnológicas hagan todo lo posible para remover ciertos discursos de sus plataformas? Sí, claro. De hecho, intentar quitar a Trump pero dejar impunemente a Nicolás Maduro, habla de la poca catadura moral de quienes han tomado esta decisión. Por otro lado, también es objetable que sigan este camino, puesto que lo único que conseguirán es alimentar el discurso de persecución que el trumpisto quiere instalar para ganar legitimidad.

Ahora bien, concedido lo anterior, también es cierto que las Big Tech tienen derecho a hacer lo que quieran con sus plataformas y serán los usuarios los que decidirán si quieren permanecer o no en ellas.

Si los usuarios de Twitter quieren permanecer allí a pesar del bloqueo a Trump y el doble estándar, será porque consideran que -al menos por ahora- las alternativas existentes (como Parler, por ejemplo), no superan a Twitter en cuanto a costos y beneficios. Es decir, en Twitter uno usa una plataforma con la que ideológicamente está en desacuerdo pero tiene más llegada. En Parler, el aspecto positivo es que no hay exclusión de los trumpistas, pero no tiene tantos usuarios por el momento.

Por último el derecho a hacer lo que quieran se deriva del derecho de propiedad. Cuando el senador Ted Cruz le pregunta a Jack Dorsey “quién demonios lo eligió a él” para admitir o remover contenido de su red social, la respuesta es muy sencilla: él es el nada menos que el creador de Twitter, así que le asiste el derecho de propiedad sobre la plataforma para tomar decisiones, sean estas buenas o malas. Punto.

La censura según Ayn Rand

Para finalizar, dejo unos párrafos de Ayn Rand sobre este tema. Curiosamente, la pensadora ruso-estadounidense estaba criticando a la izquierda. Habrá que ver si este razonamiento no aplica ahora también a quienes -desde la derecha- se enardecen contra las redes sociales:

Durante años los colectivistas han difundido la idea de que el rechazo, por parte de un individuo particular, a financiar a un adversario constituye una violación del derecho a la libre expresión del adversario, y un acto de “censura”.

Afirman que es “censura” la negativa de un diario a emplear o publicar artículos de escritores cuyas ideas son diametralmente opuestas a su política.

Hay “censura” si los empresarios rehúsan publicar sus avisos en una revista que los acusa, insulta y difama.

Hay “censura” si un avisador de televisión objeta que en el programa que él financia se cometen actos reprobables, tales como el incidente que tuvo lugar cuando se invitó a Alger Hiss para que acusara al ex vicepresidente Nixon.

Y están todos aquellos que declaran que “existe censura a través del rating, de los avisadores, de las redes de televisión, de las compañías afiliadas que rechazan programas ofrecidos a sus áreas”. Se trata de los mismos que amenazan con revocar la licencia a toda emisora que no acceda a aceptar su punto de vista sobre programaciones, y que claman que eso no es censura.

Considérense las implicancias de tal tendencia. El término “censura” se aplica únicamente a la acción gubernamental. Ningún acto privado es censura. Ningún individuo o agencia particular puede silenciar a un hombre o suprimir una publicación: sólo el gobierno puede hacerlo. La libertad de expresión de los individuos particulares incluye el derecho a no estar de acuerdo con sus antagonistas, no escucharlos y no financiarlos.” (el texto completo está en las páginas 142 y siguientes de este link)

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Comentarios

  1. Gabriel Zanotti

    Domingo 10 de enero de 2021 a las 2:59 pm

    Este es EL punto: “…………¿Nos puede parecer mal que una app, o un conjunto de empresas tecnológicas hagan todo lo posible para remover ciertos discursos de sus plataformas? Sí, claro. De hecho, intentar quitar a Trump pero dejar impunemente a Nicolás Maduro, habla de la poca catadura moral de quienes han tomado esta decisión. Por otro lado, también es objetable que sigan este camino, puesto que lo único que conseguirán es alimentar el discurso de persecución que el trumpisto quiere instalar para ganar legitimidad.”

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  2. Augusto Bottari

    Lunes 11 de enero de 2021 a las 8:18 pm

    Hay muchos políticos americanos interesados en borrar a Trump del mapa; forman parte del Estado y quieren eliminar al Jefe del mismo. Los conocidos contrapesos que se supone limitan al Estado no les permite hacerlo, por lo que acuden por detrás al privado donde las reglas del mercado permite otros atrevimientos. Si los políticos compran e indirectamente manejan al privado, no es lo mismo o aún peor?
    En un supuesto de anarquía o de 0 corrupción estatal estoy de acuerdo con Ivan. Pero la plutocracia estadounidense evidencia que, por más que no lo quisiéramos, el mercado y el Estado no son asuntos separados en este caso

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    • Iván Carrino

      Lunes 11 de enero de 2021 a las 11:22 pm

      No veo ninguna prueba que sustente lo que decís. Yo también puedo poner escenarios hipotéticos y todo vale, por ejemplo: ¿Y si Trump es un enviado del nieto de Stalin para terminar con la democracia de EEUU y entonces el dueño de Twitter es el verdadero salvador de la libertad?

      No se puede afirmar cualquier cosa sin pruebas. Saludos.

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  3. Mateo Agustín

    Lunes 11 de enero de 2021 a las 8:27 pm

    Buen artículo, la pregunta que aún no encuentran respuesta es ¿Qué se puede hacer cuando es el mismo oligopolio el que puede limitar nuestra capacidad de decidir? Cómo bien dice el artículo, Amazon dio de baja a aplicaciones como Parler o Gab, limitando así nuestra libertad de elección. Aún así, hay formas como descargar la app desde la web (con todos los riesgos que eso conlleva), pero quizás aquí haya un tema a resolver.

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    • Iván Carrino

      Lunes 11 de enero de 2021 a las 11:23 pm

      Yo empezaría por no confundir libertad con abundancia. La definición de libertad que los liberales usamos es la ausencia de coacción de un tercero o amenaza de ella. Tener la posibilidad de usar una app no es libertad, sino propiedad de un recurso. Y el dueño del recurso puede negar que lo uses si no cumplís con lo que quiere, que puede ser pagar un precio, o cumplir sus condiciones.

      Saludos.

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      • Daniela

        Martes 12 de enero de 2021 a las 4:52 pm

        Creo que en este caso , lo que quiere decir con libertad es porque al ser de Google la empresa que provee apps , si decide eliminar alguna de su play store ( x que si) los usuarios como en mí caso que tenemos Android y tenemos Google estamos imposibilitados a acceder. ( Si nos enteramos) en mí caso no sabía que estaba pasando esto, hasta que te leí. Me encantó la nota!

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  4. Marcelo

    Miércoles 13 de enero de 2021 a las 2:41 am

    Ivan,
    comparto, desde el criterio doctrinal liberal/libertario, muchas de tus apreciaciones en este post, que me parece muy bueno e interesante.
    Ahora bien, considero que no se puede soslayar el contexto político y jurídico en que se tomaron las decisiones de censura en análisis (en principio atribuídas al ámbito empresarial privado). ¿No estás omitiendo ese aspecto? Te planteo dos puntos:

    a) Resulta manifiesto la vinculación e interés político que subyace a determinadas decisiones de supresión de contenidos ejercido por algunas redes sociales.
    La supresión de contenidos se inició antes de los últimos acontecimientos, y se puso de manifiesto por ejemplo en la supresión de determinadas informaciones y/u opiniones respecto de Biden y su entorno familiar.
    ¿Hasta donde llega el ámbito privado de estas decisiones y no se confunde con acuerdos en pos de una determinada politica estatal, que va mas allá de lo privado?

    b) Desde lo estrictamente jurídico, cierto es que estas redes sociales operan en un marco legal distinto a un diario o una cadena de televisión privados.
    Estos dos últimos tienen responsabilidades legales por los contenidos, y los determinan a su gusto.
    Las redes sociales en principio, y así habitualmente se les ha reconocido por vía legal y de jurisprudencia, no responden legalmente salvo determinados supuestos. Habitualmente las redes sociales se han presentado como meras intermediarias para que los usuarios expresen sus opiniones y difundan informaciones.
    Si pasan a controlar contenidos de esta índole –de indole estrictamente política fáctica como si tal elección fue legítima o no, borran de un plumazo todos los tweets políticos de un usuario que encima es el Presidente de USA como acá sucedió, etc–, me pregunto si no se salen del marco legal en el que operan y la misma forma en que se presentan.
    Y se opine lo que se quiera sobre la acción política de D. Trump o su modo de ejercer el poder, es manifiestamente arbitrario que pretendan justificar la supresión de su cuenta en una presunta incitación a la violencia; en ningún momento Trump le dijo a sus seguidores que debían insurreccionarse y tomar por la fuerza el Capitolio.

    No escribo esto para “meter” más al Estado en la materia, el Estado ya está al fijar el marco legal en que operan estas redes sociales, y en la jurisprudencia que decide los conflictos de los usuarios y terceros con las redes sociales. Lo apunto para destacar que la cuestión en el caso concreto va más lejos que el análisis de los principios generales de derechos de propiedad y libre mercado que sostenemos, y que las consecuencias político-jurídicas de las decisiones de prohibición relacionadas con Trump son muy graves.

    Saludos

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  5. Gabriel Montali

    Jueves 14 de enero de 2021 a las 10:13 am

    Iván, cómo estás? Es interesante la discusión que planteás, pero algunos de tus argumentos son también discutibles. Para empezar, estás tan a la defensiva de tu posición y de tus creencias que acomodás las cosas de una forma que te deja libre de poner realmente en debate tus propios fundamentos. Se puede hacer una crítica capitalista al capitalismo, que es lo que vos evitás, en esa división tan esquemática que propones y que parece dar cuenta de que las únicas opciones son capitalismo a la liberal o dictadura a la china (como si los ciudadanos debiéramos conformarnos con la menos horrible de las opciones y renunciar a nuestro derecho de exigir al sistema que cumpla con nuestras expectativas).

    Van unos aportes:

    ¿El capitalismo produce monopolios? Al menos el modelo que rige desde los ochenta a esta parte, el modelo neoliberal, sí los produce. Un fenómeno, es cierto, nunca responde a una sola causa ni se gesta de la misma manera en distintos países, pero la degradación de las instituciones estatales en occidente en estas últimas décadas, su pérdida de centralidad como organizadoras del juego democrático, lleva a que los Estados tengan menos herramientas y poder de regulación sobre los mercados. Y librados a su suerte, los mercados del neoliberalismo no tienden a favorecer la competencia, sino la concentración. El caso de la concentración mediática en América Latina es un claro ejemplo de cómo la presión empresarial, a veces por la vía del intercambio de favores con el propio poder político, y a veces por la imposición de su propia fuerza sobre la debilidad del Estado (por la vía de la extorsión), ha sido decisiva para el diseño de sistemas de medios sumamente concentrados, con todos los problemas que ello implica tanto para la propia competencia de mercado como para los derechos de la ciudadanía.

    Y junto con esto, sí: las posiciones críticas al desempeño del capitalismo neoliberal documentan muy bien los problemas que identifican y sus causas (entre ellos el problema de la concentración, su hisoria en el continente y los modos en los que la concentración también actúa como una forma de censura). En Latinoamérica hay una enorme biblioteca que analiza estas cuestiones en el campo de los medios de comunicación. Y no sólo hay pensadores de izquierda en esa biblioteca, sino sobre todo socialdemócratas (Martín Barbero, García Canclini, Héctor Schmucler) y otros que uno puede colocar en tradiciones humanistas de tipo republicano (pienso en Guillermo Mastrini y Martín Becerra). Todos ellos (apenas un apretado e injusto resumen de nombres) han sido críticos, además, de todas las experiencias socialistas, capitalistas o lisa y llanamente dictatoriales que han coartado los derechos a la libertad de opinión.

    En un mundo en el que el descalabro económico y la profundización de las desigualdades nos empuja hacia la polarización política, cuando no a la violencia (discursiva o física), animarnos a buscarle matices y ambigüedades a nuestro pensamiento es lo que nos puede sacar de esa correntada dirigida al abismo. O por lo menos pensamos eso los que creemos que el deber de un anlista no es poner sus creencias por delante del análisis, sino pensar en contra de su propia comodidad. Saludos!

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