Guzmán se prueba el traje de Rodríguez Saá

Iván Carrino / Domingo 8 de diciembre de 2019 / 1 Comentario

El nuevo Ministro de Economía plantea que deben abandonarse las políticas de austeridad y que para ello es necesaria una “reestructuración dolorosa de la deuda”.

Argentina repite su historia una y otra vez.

Hoy, como hace 18 años, estamos en medio de una crisis de deuda pública.

Dicha crisis comenzó allá por el primer trimestre de 2018, cuando luego de la estocada final que implicó el cambio de metas de inflación para la ya menguante confianza de los inversores, los mercados internacionales se cerraron para el gobierno nacional.

Una vez que eso ocurre, el desenlace es inevitable. Es que el gasto deficitario del gobierno impulsaba el gasto agregado de la economía. Pero si este gasto no se puede financiar, entonces necesariamente debe caer. Y nadie está mejor cuando consume menos.

En medio de este escenario, Macri decidió acudir al FMI, organismo internacional con el que se firmaron dos acuerdos, con numerosas variantes cada uno de ellos.

La idea principal, sin embargo, siempre fue la siguiente:

Te presto el dinero que necesitás para cumplir con tus compromisos de deuda, pero ajustá el déficit fiscal más rápido de lo que lo venís haciendo y hacé que el Banco Central se ponga más duro que nunca para ayudar a generar confianza.

Si bien las siglas F.M.I. son mala palabra en una Argentina donde las ideas de izquierda calan hondo en la cultura popular, y si bien entre junio de 2018 y marzo de 2019 subieron tanto el dólar, como la inflación, la pobreza, y cayó la economía… a partir del tercer mes de este año los resultados marginalmente positivos comenzaron a aparecer. La inflación bajaba mes a mes, el dólar estaba estable y la economía estaba buscando su piso.

No obstante, con el resultado de las PASO, y las expectativas generalizadas de que el plan del FMI se iba a terminar, las variables financieras volvieron a colapsar, impactando nuevamente en la economía real.

Macri, quien dijo que había que juzgarlo por el dato de pobreza, se va de la Casa Rosada con una tasa del 40%.

El nuevo enfoque

Las expectativas tras las PASO anticiparon razonablemente bien lo que iba a venir. De hecho, Alberto Fernández anunció hace varios días que no quería recibir más dinero del FMI, lo que implica obviamente abandonar el plan de relativa austeridad coordinado con el organismo*.

Ahora definido su flamante Ministro de Economía, el Doctor en Economía e Investigador de la Universidad de Columbia, Martín Guzmán, el panorama es aún más claro: las “políticas de austeridad” deben abandonarse.

En una reciente nota con el periodista Daniel Tognetti, Guzmán resumía su posición acerca de la situación argentina en tres pilares principales que detallamos aquí abajo:

  1. El gobierno debe cambiar la política económica.
  2. Para eso, el estado debe tener “algo de aire”
  3. Para conseguir ese aire, debe renegociar la deuda.

Lo que afirmó es muy similar a lo que escribía en abril sobre las alternativas que enfrentaría un nuevo gobierno:

El nuevo gobierno enfrentaría dos opciones desagradables: una camisa de fuerza con mayores pagos de deuda, más austeridad y más recesión, o una reestructuración dolorosa de la deuda con un resultado incierto.

Una cosa está clara: para poder evitar otra crisis de deuda, Argentina necesitará un crecimiento económico sostenido. Aunque no hay recetas mágicas para poner a la economía en un camino más estable, cambiar las políticas macroeconómicas actuales al menos le daría una oportunidad al país.

No deja de ser interesante que ambas opciones se planteen como desagradables, siendo que los políticos y funcionarios suelen vender sus propuestas como el paraíso en la tierra.

Hay que reconocer, al menos, la postura honesta del Ministro. Ahora bien: ¿funcionará el plan?

Más de lo mismo

Fiel al enfoque keynesiano y crítico de las recetas que tanto Guzmán como su mentor, el Premio Nobel Joseph Stiglitz, llaman “neoliberales”, para el nuevo el nuevo Ministro la austeridad fiscal debe abandonarse.

¿Por qué? Porque de acuerdo con Keynes, las recesiones se combaten con aumentos en el déficit fiscal y bajas de tasas de interés. Es decir, ¡todo lo contrario de lo que dice el FMI!

De acuerdo con la visión keynesiana, si el gobierno gasta un dólar en la economía local, quien recibe ese dólar también gastará una parte, y quien reciba esa parte gastará a su vez otra parte, generando un “efecto multiplicador” que hace “mover la economía”.

Ahora bien, ¿cómo conseguir un dólar para que el gobierno gaste y se multiplique en la economía si nadie más quiere financiarlo?

La respuesta es muy fácil: que todo lo que el gobierno pensaba pagar en concepto de intereses y capital de la deuda, se use para la reactivación.

Eso fue exactamente lo que hizo Adolfo Rodríguez Saá el 23 de diciembre de 2001. El entonces presidente dijo que iba a tomar “el toro por las astas” y anunció que “el Estado Argentino suspenderá el pago por la deuda externa”. Con esos fondos se financiarían “planes de creación de un millón de puestos de trabajo y progreso social”.

Tal vez la diferencia entre Guzmán y Rodríguez Saá sea que el académico radicado en Nueva York no está pensando en una decisión unilateral, sino en una negociación. Sin embargo, en esencia el planteo es el mismo: incumplir los compromisos con los acreedores para poder seguir gastando plata pública en subsidios, obras y planes.

Ahora bien, si el exceso de gasto público en subsidios, obras y planes fue lo que nos llevó a donde estamos, ¿por qué más de lo mismo va a ser la solución?

La respuesta, por ahora, se la dejo abierta a los lectores.

*Nota aclaratoria: digo relativa austeridad porque de no haber aparecido el Fondo, la austeridad hubiera sido mucho más grande, dado que al gobierno le faltarían USD 44.000 millones de financiamiento. Y si esa plata no está, o se suben más los impuestos, o se baja más el gasto, o se defaultea la deuda.

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