Los neomalthusianos se equivocan: la humanidad tiene motivos para el optimismo

Iván Carrino / Domingo 12 de febrero de 2023 / Dejá un Comentario

Publicado originalmente en La Nación.

En 1766 nació Thomas Robert Malthus, quien a sus 39 años tomó posesión de la cátedra de Historia Moderna y Economía Política del East India College. Según John Maynard Keynes, esa fue la primera cátedra de economía política que se estableció en Inglaterra.

Malthus pasó a la historia gracias a la publicación de “Un Ensayo Sobre el Principio de la Población, y su efecto en el futuro progreso de la sociedad…”. Su visión fue eminentemente lúgubre. El autor planteaba que la humanidad estaba condenada producto del crecimiento de la población.

En palabras del inglés, “si no se controla a la población, ésta crece en forma geométrica. La subsistencia (por el contrario), crece solo en forma aritmética”. Esto quería decir que mientras los seres humanos crecíamos de forma exponencial, los recursos necesarios para nuestra supervivencia lo harían de forma lineal. Este pronóstico llegaba al punto en que la sociedad ya no podía crecer más, resultado de las enfermedades y hambrunas generalizadas que sobrevendrían.

A pesar del revestimiento matemático de la teoría de Malthus, la historia mostró lo erróneo de sus predicciones. Incluso antes de que su libro saliera a la venta, la realidad ya refutaba sus ideas: entre 1700 y 1798, la población de Inglaterra había crecido un 49,1%, mientras que el PBI nominal había aumentado un 93,8%. Es decir, los ciudadanos ingleses no solo no tenían menos elementos con los cuales sobrevivir, sino un 30% más de bienes y servicios por persona para consumir.

Décadas de teoría económica y datos sobre crecimiento per cápita no lograron desalentar a una nueva camada de pensadores “malthusianos”. En 1968, el biólogo norteamericano Paul Erlirch publicó un libro titulado “La Explosión Demográfica”. Erlich sostuvo allí que el camino de la hambruna era inevitable y que “para 1970, cientos de millones morirán de hambre”. Erlich sigue siendo hoy un intelectual respetado y está directamente ligado con los movimientos ambientalistas.

Estos movimientos también agitan un argumento malthusiano: el crecimiento económico encontrará, tarde o temprano, el límite de la naturaleza y eso traerá consecuencias catastróficas. En 2019, Greta Thunberg dijo frente a las Naciones Unidas que estábamos “en el inicio de una extinción masiva”.

El problema de todas estas teorías es que están en franco contraste con los datos. En el último libro de Marian L. Tupy y Gale L. Pooley, “Superabundance”, se muestra que –por una enorme cantidad de medidas objetivas- como el ingreso real per cápita, la esperanza de vida al nacer, la mortalidad infantil, la oferta de alimentos per cápita, el alfabetismo, y hasta la probabilidad de morir producto de una catástrofe ambiental como un terremoto, inundación o sequía, la humanidad nunca ha estado mejor.

Por si esto fuera poco, los autores de la obra también se toman el trabajo de analizar cuántas horas de trabajo le lleva al ciudadano promedio del mundo comprar determinados recursos. Es que si la teoría de los malthusianos fuera cierta, y el crecimiento poblacional fuera a agotar los recursos existentes, la lógica económica indicaría que éstos deberían ser cada vez más caros. Sin embargo, Tupy y Pooley muestran que el ciudadano promedio del mundo tardó (entre 1960 y el año 2018) entre 87,3% y 93,4% menos tiempo de trabajo en obtener bienes tales como cacao, azúcar, aceite de coco, trigo, maíz, café, té o goma.

El análisis luego lo extienden a una enorme serie de recursos, productos y hasta servicios, y lo aplican a diferentes naciones y períodos del tiempo en la historia, llegando siempre a la misma conclusión: incluso cuando la humanidad ha experimentado un considerable crecimiento, casi la totalidad de los bienes y servicios que necesitamos para sobrevivir se han vuelto más abundantes. Cada vez necesitamos menos tiempo de trabajo para alcanzar los bienes que nos garantizan una mejor calidad de vida.

¿Cuál es la explicación de esta “Superabundancia”? La tesis del libro es que las ideas catastrofistas, incluso cuando tengan sentido desde un análisis estático e ingenieril, no pasan la prueba del análisis económico, que tiene en cuenta la capacidad humana de ingenio, innovación y adaptación a los problemas.

Esa capacidad -operando en libertad y en un marco institucional saludable- es la que permitió que “la porción de pizza por persona crezca más rápido que el ritmo al que se sumaban más personas a la mesa”. Y será también la que, en el futuro, si se presentan problemas ambientales, los terminará resolviendo. Los neomalthusianos se equivocan. La humanidad tiene motivos para el entusiasmo.

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