Lo que no hay que hacer: lecciones del Sur de América

Iván Carrino / Jueves 16 de octubre de 2014 / Dejá un Comentario

En la imagen de aquí abajo se puede hacer click para ver el video completo de la charla sobre la economía de Argentina y Venezuela en los últimos años que di para la Fundación Bases y Corporate Training:

Charla Bases

La charla completa en formato .pdf puede descargarse de este link, y para tener acceso a los gráficos mostrados, se debe ir a este link.

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Lo que no hay que hacer: Lecciones del Sur de América

Argentina y Venezuela se convirtieron, en los últimos años, en los ejemplos de qué medidas no tomar en política económica. A lo largo de esta charla, narraremos la sucesión de eventos de manera que, tanto otros países como los nuestros en el futuro, puedan aprender de los errores, de los otros en un caso, y del pasado en el otro.

El intervencionismo

No es que haya sido el único que se refirió a estos temas, pero Ludwig von Mises, economista austriaco especializado en temas monetarios y en los problemas económicos del socialismo, dedicó gran parte de su vida a analizar los sistemas económicos “mixtos” o intervencionistas.

Para resumir en pocas palabras su pensamiento respecto de este modelo de organización económica, podemos decir que, para Mises, el intervencionismo es aquel sistema en el que el gobierno se entromete en el proceso de mercado. El intervencionismo no es el socialismo, donde todo es propiedad del estado. Sin embargo, tampoco es el capitalismo, donde la propiedad privada es la norma y los consumidores son los que deciden cómo se organiza la producción.

El intervencionismo, entonces, aspira a ser un sistema intermedio entre los dos modelos: el socialismo y el capitalismo. Sin embargo, para Mises, este sistema acarreaba dos problemas fundamentales. El primero, que, incluso desde el punto de vista de los hacedores de políticas, los resultados del intervencionismo eran peores que aquello que los intervencionistas se disponían a mejorar mediante la intervención. En segundo lugar, que la intervención en la economía de mercado, por más que fuera, en principio, pequeña, tendía a ir incrementándose en un proceso inevitable que finalmente no acababa nunca sino hasta llegar a un sistema que era capitalista solamente en lo formal pero que, en la práctica, era una economía totalmente dirigida.

El modelo de Hugo Chávez (y Nicolás Maduro) en Venezuela y el modelo de Néstor Kirchner (y Cristina Fernández de) en Argentina, son ejemplos de sistemas intervencionistas en lo económico y, además, son prueba de que el argumento de Mises estaba en lo cierto.

Venezuela

Hugo Chávez asumió el poder en el año 1999. Hasta ese momento, apenas había sospechas de sus inclinaciones ideológicas y, por unos pocos años, nadie suponía que llevaría a Venezuela a la situación por la que atraviesa hoy por hoy. Sin embargo, sobre todo a partir del año 2003 en adelante, comenzamos a ver un signo característico de los gobiernos intervencionistas: el aumento del gasto público.

El aumento del gasto suele tener dos objetivos principales declarados abiertamente (es decir, hay otros que ningún político reconocerá[1]). Por un lado, siguiendo las enseñanzas de Lord Keynes, se aumenta el gasto porque sirve para estimular la demanda agregada y darle un “empujoncito” a la actividad económica. Por el otro, porque el gasto es una herramienta para distribuir la riqueza. Si el estado gasta 100 pesos para proveer seguridad, justicia y relaciones exteriores; entonces debe aumentar esas erogaciones si quiere proveer servicios como educación, salud, vivienda, etc.

En el caso de Venezuela, y como se ve en el primer cuadro, el aumento del gasto fue la norma. En el año 2003, el gasto público total ascendía a US$ 27.000 millones. Para 2011, ya era de US$ 125.000 millones. Si bien el aumento del gasto es un problema en sí mismo debido a la escasa relación que tiene con la productividad, todavía es más riesgoso si ese aumento no va acompañado del necesario incremento de los impuestos.

En el caso venezolano, según las cifras que el BID tiene hasta 2011, el déficit fiscal ha ido incrementándose de manera sostenida desde el año 2006 en adelante, llegando en 2011 al 12% del PBI (16,6% en 2012 y 15,05% en 2013 según estimaciones del FMI), una cifra verdaderamente astronómica.

Ahora bien, sabemos que el gasto puede cubrirse de tres maneras. O se cobran impuestos, o, si estos no son suficientes y, como en el caso venezolano, se incurre en déficit, se puede acudir al endeudamiento o a la emisión monetaria.

Como vemos hasta aquí, una primera intervención, es decir, un gobierno que incrementa el gasto con objetivos políticos determinados, termina incurriendo en un déficit fiscal que lo obliga a buscar la manera de financiarlo.

En el caso de Venezuela (al igual que como veremos más adelante con el caso de Argentina) una de las maneras que se encontró para financiar esa diferencia entre ingresos y gastos fue la emisión monetaria del Banco Central. Según las cifras de este mismo banco, la base monetaria creció nada menos que un 91% anual en el año 2006, reduciéndose al 17% en 2009 y volviendo a subir, hasta el 66% anual en 2013.

El problema con esta forma de financiamiento del déficit es que, si la gente no incrementa la demanda de pesos en la misma proporción en la que la oferta aumenta, entonces ese “exceso” de moneda se traduce en una caída de su valor. Si la cantidad de un bien es excesiva respecto de su demanda, entonces su precio cae. En el caso de la moneda, sucede lo mismo. Si la cantidad es excesiva, su precio cae y el resultado de esa caída del precio (que es su poder adquisitivo) es la suba de los precios.

Como puede verse, una intervención por el lado del gasto, generó un problema. El déficit. El gobierno, para solucionarlo, intervino nuevamente, pidiéndole al Banco Central que emita moneda y esta nueva intervención generó un nuevo problema: la inflación.

Los niveles de inflación en Venezuela son realmente alarmantes. Ya antes de Chávez los precios subían a ritmos por encima del promedio de la región. Sin embargo, la situación solo ha tendido a agravarse. El año 2013 cerró con una inflación promedio de 40%, ya con cifras dudosas; mientras que el promedio de 2014 arroja una suba interanual de los precios del 60%, cifras poco vistas a nivel mundial.

Esta serie de “consecuencias no deseadas” de la política económica, siendo, además, tan graves, deberían hacer reflexionar a cualquier dirigente o funcionario con algo de responsabilidad. Sin embargo, el intervencionismo (y aquí ya deberíamos empezar a hacer una diferencia entre diferentes “grados de intervencionismo”), no reconoce sus errores y cree que, en realidad, el problemas es que no ha intervenido lo suficiente.

Es así como se entiende la “Ley de Costos y Precios Justos”, sancionada por primera vez en 2011 y relanzada en 2014.

El problema con la ley, que afirma al mismo tiempo que su fin es consolidar el orden socialista e incrementar el nivel de vida del pueblo, es que al regular precios (y cuando uno dice regular precios dice, las más de las veces, establecerlos por debajo de su valor de mercado), aparece la escasez, porque la cantidad demandada del bien supera a la cantidad ofrecida. Esta resumida descripción omite mencionar que, en el medio, centenas de empresas tienen que cerrar sus puertas porque, con los nuevos márgenes, “los números no cierran”.

Seguimos observando, entonces, como una nueva intervención da lugar a otra intervención que, a su vez, genera otro problema que, en principio creemos que no había sido previsto por el gobierno[2].

Cuando hay inflación, los precios, a distintos ritmos, suben, reflejando la caída del valor de la moneda nacional. Entre esos precios se encuentra el precio de las divisas extranjeras. En el caso de Venezuela (como en el de Argentina y el resto de los países de Sudamérica) el dato que se sigue es el precio del dólar, pero en general, si el dólar sube, también lo estarán haciendo las demás divisas internacionales. Con la elevadísima inflación de Venezuela, inevitablemente el dólar comenzó a subir.

El “problema” con la suba del dólar es que, dado que las economías están interrelacionadas y que muchos productos consumidos en el país son de origen importando, la variación del precio de la divisa pone de manifiesto la pérdida de poder de compra del dinero. Además, la suba del dólar complica al gobierno si es que éste tiene que pagar una deuda contraída en el extranjero o, en su defecto, si una empresa de su propiedad (por ejemplo, PDVSA) debe hacerlo o debe comprar suministros.

En resumidas cuentas, a los gobiernos no les gusta que el dólar suba y el gobierno de Chávez no fue la excepción. Sin embargo, en lugar de tomar la suba del dólar como señal de existencia de inconsistencias macroeconómicas en su política y reaccionar intentando equilibrar las cuentas públicas y bajando la inflación; actuó como el manual del buen intervencionista indica. En 2003, cuando el dólar ya había subido un 153% durante su mandato, impuso un sistema de control de cambios, otra “herramienta de política económica” que, junto con la inflación de dos dígitos, se encuentra en peligro de extinción en el mundo.

Al igual que en Argentina, el control de cambios se impone para intentar que el dólar no refleja la verdadera depreciación del peso. En este sentido, el gobierno puede elegir el precio que desee para el dólar, porque será él mismo el que elija a quién venderle los dólares y a quién no. Con control de cambios, el precio del dólar no refleja el equilibrio entre la oferta y la demanda, sino que representa un deseo político, de la misma forma que un control de precios tradicional.

Ahora bien, no es el gobierno el único que posee pesos en la economía. De hecho, ni siquiera es que el gobierno produzca dólares de alguna manera, sino que simplemente obliga a los exportadores (los verdaderos “fabricantes de dólares”) a vendérselos al tipo de cambio establecido por la autoridad. En el caso de Venezuela, la empresa pública PDVSA es un gran fabricante de dólares, por lo que sí podría afirmarse que el gobierno es el que los produce. De cualquier forma, no es el único que lo hace y, si la demanda no puede satisfacerse en el denominado “mercado oficial”, entonces irá a “otro lugar” a buscar esos dólares.

Es así como aparece, en Venezuela y en Argentina, el mercado del dólar paralelo.

Curioso es que, aún cuando los gobiernos instauran los “cepos” para no devaluar, las devaluaciones del tipo de cambio oficial son la norma en estos sistemas. En el caso de Venezuela, si se toma el tipo de cambio oficial de 2014, se ve que es un dólar que subió un 905% (se multiplicó por 10) durante todo el período. Si se toma como referencia el mercado paralelo, sin embargo, la suba parece modesta: el tipo de cambio paralelo subió un 2670% desde que tenemos registro, en el año 2005.

Argentina

El “cepo cambiario” es EL tema que hermana a estos dos países de América del Sur. Al imponer estas medidas abandonadas en los años ’80 por casi todos los países del mundo, Argentina y Venezuela ingresaron en un selecto grupo de países con problemas de alta inflación y restricciones cambiarias.

La historia de nuestro país no es muy distinta a la de Venezuela. Un incesante aumento del gasto posterior a la crisis de 2001 generó, con el tiempo, un déficit fiscal que en 2013 ascendió al 4% del PBI y que este año incluso superará ese número. Por otro lado, la emisión monetaria, que en un principio se dirigió a mantener un “tipo de cambio competitivo”, luego quedó como la única fuente de financiamiento del gasto, ya que la vía del endeudamiento estaba cerrada para la Argentina desde el default de 2001.

Al igual que en Venezuela, la emisión excesiva de dinero hizo que pierda poder de compra el peso y que los precios suban. Entre estos precios se encontraba el de la divisa norteamericana. Sin embargo, el gobierno, que en un momento deseaba mantener un tipo de cambio alto con la excusa de que, de esta forma, la industria sería “competitiva”, comenzó a intervenir, a través del Banco Central, ofreciendo dólares para que este no suba. El problema es que, sin los controles venezolanos, esta práctica tiene un horizonte muy corto, puesto que dura lo que duran las reservas internacionales y, luego, la crisis de balanza de pagos lleva al país a un sistema de tipo de cambio totalmente flexible.

Si se compara octubre de 2011 con enero de 2003, se obtiene que los precios habían aumentado un 263% mientras que el dólar solo lo había hecho un 30% gracias a la manipulación del Banco Central. Las reservas, como era de esperarse, comenzaron a caer, con lo que, después de ganar la elección presidencial, el gobierno decidió aumentar las trabas a la compra de divisa, terminando en un control de cambios ortodoxo, tal como el que funciona en Venezuela.

Como se observa, Argentina también es un campo experimental de intervencionismo, donde una intervención lleva a una consecuencia no intencionada y el gobierno procede con una nueva intervención que, a la vez, empeora más las cosas.

En términos del mercado cambiario, el cepo argentino no generó consecuencias muy distintas que las de CADIVI en Venezuela. Apareció el mercado paralelo, donde el dólar hoy se consigue un 80% más caro que en el “mercado oficial” y el gobierno, por más que dice que detesta la devaluación, dejó que incluso en el hiperregulado mercado oficial el dólar subiera un 90% desde la implantación del cepo.

Las consecuencias del control de cambios

Tanto en Argentina como en Venezuela los resultados del control de cambio han sido nefastos. En primer lugar, ambos países perdieron reservas internacionales. Venezuela, que llegó a tener US$ 35.000 millones en 2008, tiene hoy reservas por solo US$ 21.000 millones. En nuestro caso, las reservas pasaron de su máximo nivel en 2011 (US$ 50.000 millones) a los magros US$ 28.000 millones de este año.

La imagen se vuelve todavía más negra si se compara la situación de estos países con la del resto de la región. Tanto Brasil, como México, Uruguay, Chile y Colombia tuvieron un aumento sostenido del nivel de reservas internacionales. Es que el contexto internacional no es de crisis, sino de abundancia de liquidez en dólares debido a la política monetaria expansiva de la Reserva Federal de los Estados Unidos. En este contexto, perder reservas evidencia doblemente la torpeza (por decir lo mínimo) de los gobernantes venezolanos y argentinos.

Además de la pérdida de reservas, la inconsistencia entre el tipo de cambio fijo[3] y el alto nivel de inflación da lugar a nuevas consecuencias perjudiciales para la economía. Si el tipo de cambio es fijo o no acompaña la suba de los precios internos, lo que aparece es una inflación en dólares dentro del país. Esta inflación en dólares afecta lo que se conoce como tipo de cambio real, que puede ser definido brevemente como el poder de compra de un dólar dentro del país en cuestión[4]. En este sentido, si el tipo de cambio real es bajo, entonces el dólar compra poco, mientras que si el tipo de cambio real es alto, el dólar compra mucho. Si el tipo de cambio real cae, la economía pierde competitividad, porque su producción es cara a nivel internacional, lo que reduce las exportaciones e incentiva las importaciones.

En Venezuela

En el caso de Venezuela, puede verse cómo, si bien se verifican aumentos del tipo de cambio nominal oficial, el tipo de cambio real están en continuo descenso. Esto indica que la economía es cada vez menos competitiva a nivel internacional y da lugar a un déficit de balanza comercial.

Ahora bien, si uno mira los datos de la balanza, observa saldos positivos todos los años, con lo que podría sospechar que la teoría es falsa. No obstante, lo que en realidad arroja este resultado es el impresionante aumento del precio del petróleo, principal producto de exportación del país.

Si se mira el resultado de la balanza comercial sin tener en cuenta las exportaciones petroleras, se ve claramente que el resultado es negativo y creciente, una situación que no es sostenible en el tiempo a menos que el precio del petróleo siga en alza.

Otro dato que da cuenta de la pérdida de competitividad de la economía venezolana es el porcentaje que ocupan las exportaciones no petroleras sobre el total exportado. Estas pasaron de representar el 20% del total a solo el 4% en 2014.

Hasta acá se ve cómo una economía hiperregulada como la venezolana, con una inflación exorbitante para estándares internacionales y con un boom de importaciones subsidiadas por el estado nacional gracias a su sistema de control de cambios, difícilmente pueda subsistir. La industria venezolana pasa por el peor de sus momentos y, por tanto, también sufre el nivel de empleo, ya que éste depende de la salud de las empresas, que representan la demanda de mano de obra.

¿Cómo hace un gobierno ultraintervencionsta como el venezolano para contrarrestar esta nueva consecuencia negativa de su propia política? Muy simple, incrementa la contratación pública, algo que hace a costa de mayor déficit y, por tanto, una mayor inflación y deterioro. En el segundo semestre de 2002 el porcentaje de trabajadores ocupados en el sector privado era de 86%. En 2014, ese porcentaje cayó al 79%.

Si además de toda esta población que vive directamente del estado se considera lo que PDVSA gasta en programas sociales (US$ 34.000 millones de dólares, un aumento del 99.191% desde el 2001), tenemos una cabal imagen del resultado del intervencionismo venezolano: una economía inundada de problemas, con alta inflación, escasez, regulaciones asfixiantes, recesión privada y una cada vez más alta centralización que amenaza con transformarse, en el corto plazo, en un control total.

En Argentina

En nuestro país los resultados de la inflación, el atraso cambiario y el cepo también han tenido consecuencias negativas. Dado que el cepo implica un impuesto a toda exportación – ya que si el Banco Central paga 8$ por un bien que, en realidad, vale más cerca de 15$, está confiscando riqueza del que vende ese bien – lo esperable de la imposición del cepo es una caída de las exportaciones.

Como se ve en el gráfico, el ritmo de aumento de las exportaciones cae de manera continua desde la imposición del control de cambios. Esta caída, además, genera una caída en las importaciones, ya que la manera de conseguir los dólares para pagar las importaciones es exportar. Si se exporta menos, se importará menos, de la misma forma en que, si se cae nuestro salario, consumiremos menos.

Existe, sin embargo, otro mecanismo que afecta el crecimiento de las importaciones en un sistema de control de cambios. Es que, dado que el tipo de cambio oficialmente establecido es percibido como “demasiado barato”, el cepo, en realidad, genera un estímulo a la importación que (como en el caso de Venezuela) corre el riesgo de afectar seriamente la supervivencia de la producción nacional. Finalmente, y siguiendo con las nuevas intervenciones destinadas a arreglar los problemas de las intervenciones previas, el gobierno decide emplear todo tipo de instrumentos para frenar las importaciones (en nuestro caso, las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación).

Otro efecto del control de cambios es el desincentivo a la inversión. La pregunta, en este caso es: ¿quién traerá dólares para invertir en un país en donde solo le será reconocido un 50% del valor en pesos de su inversión?

La caída de las exportaciones, las importaciones, la inversión y el consumo privado (producto de la inflación que consume el poder de compra del salario) terminan dando lugar a una inevitable recesión.

La recesión no aparece como por arte de magia. No es consecuencia del aumento de la tasa de interés, ni de la caída de la demanda agregada. La recesión (especialmente la de Argentina hoy) es la consecuencia de esa primera intervención, esa primera política expansiva que buscó “reactivar la economía” y que dio lugar a un crecimiento a la vez excepcional pero insostenible en el tiempo debido a todos los desequilibrios (que intentamos describir en este trabajo) que traía aparejados.

Finalmente, el sector privado sufre y el estado, convencido de que tiene que resolver los problemas que él mismo genera (aunque no lo reconoce), con mayores grados de intervención, sigue aumentando el gasto y la contratación. En Argentina el empleo privado dejó de crecer en 2012, mientras que el público sigue haciéndolo, aunque a un ritmo menor que antes.

Conclusiones

Keynes, gran impulsor del intervencionismo económico, solía decir que no debía uno preocuparse por el largo plazo porque, “en el largo plazo, todos muertos”. En el caso de Argentina y Venezuela, lo mínimo que podemos decir es que: “en el largo plazo, todos estanflados”.

El intervencionismo puede dar algún efecto positivo en el corto plazo, pero tal como decía Mises, en el largo plazo los efectos son peores que el problema que quería resolverse en primer lugar. A lo largo de este trabajo hemos tratado de mostrar cómo el camino del intervencionismo (especialmente el de cierto grado de intervencionismo) puede llevar paulatinamente a una crisis cada vez mayor.

El análisis anterior se limitó solamente a algunas variables de la economía, aunque las consecuencias del intervencionismo la exceden, puesto que tienen efectos nocivos también sobre los derechos individuales, la división de poderes y la libertad de prensa, entre otros pilares fundamentales de las sociedades civilizadas.

Los países que quieren crecer de manera sostenible deben aprender la lección de Argentina y Venezuela. A la hora de elegir, mejor gobiernos austeros, mercados libres y previsibilidad. Caer en la tentación de la demagogia populista, de lo contrario, puede resultar muy caro.


[1] Como el incremento de la cantidad de gente que depende directamente del gobierno y, por tanto, el incremento de su base de poder e influencia.

[2] Este punto es debatible ya que tanto la teoría y la historia demuestran que ante los controles, siempre aparece la escasez. Entendemos que es posible que a las autoridades no les interesan estas consecuencias negativas siempre y cuando puedan (es decir, sea políticamente viable) echarle la culpa de sus errores a agentes externos al gobierno (es decir, empresarios, especuladores, opositores… los Estado Unidos, etc.)

[3] Habría que hacer una diferencia entre un tipo de cambio fijo y un tipo de cambio fijado arbitrariamente por el gobierno mediante un control de cambios. Una de ellas es que, en el primer caso, la moneda es convertible, o sea que el Banco Central no restringe de ninguna manera la compra-ventea de moneda extranjera, mientras que, en el segundo, la restricción es la norma.

[4] Más técnicamente, se define al tipo real de cambio como la ratio entre el precio de los bienes transable y los no transables, donde el primero se define en el mercado internacional y el segundo entre la oferta y demanda local. A la larga, es lo mismo, si aumenta el precio de los bienes no transables en relación con los transables, el tipo de cambio real cae y el país en cuestión se vuelve “caro en dólares”.

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