La pandemia y el Camino de Servidumbre

Iván Carrino / Sábado 3 de octubre de 2020 / 7 Comentarios

Ponencia completa que este martes presentaré en el Congreso Internacional La Escuela Austriaca en el Siglo XXI.

En marzo de 1944, el economista austriaco Friedrich August von Hayek publicó una obra titulada “Camino de Servidumbre”, que dedicó a “los socialistas de todos los partidos” y donde alertó sobre los peligros de la planificación estatal de la economía. En concreto, advertía que si bien el mundo libre parecía estar en las antípodas del comunismo o el nazismo, en algunas cuestiones los paralelismos eran importantes, haciendo esto peligrar la supervivencia no solo de la economía de mercado, sino acaso más importante aún, de la mismísima libertad.

El trabajo de Hayek, que obtuvo una gran trascendencia mundial en su momento y hasta el día de hoy, toca temas como la importancia del individualismo, la incompatibilidad del socialismo con la democracia, las similitudes entre los colectivismos de izquierda y de derecha y el peligroso puente que existe entre la planificación central de la economía y el totalitarismo.

En esta ponencia de hoy me gustaría tomar de dicho texto algunas frases para ver la vigencia que cobran hoy en día, en un marco donde una pandemia ha servido como excusa para avanzar y debilitar los pilares básicos de la sociedad libre.

El virus chino

Hasta el día de hoy, el coronavirus ha infectado a 35 millones de habitantes en todo el planeta. Esta cantidad es sin duda muy grande, pero debe decirse también que se trata del 0,5% de la población mundial. Es decir, el 99,5% no está ni estuvo infectada.

La cantidad de muertes superó el millón hace algunos pocos días, lo que representa una tasa de letalidad del 2,9% y un 0,015% de la población mundial fallecida por Covid.

A este dato, además, hay que sumarle que la enfermedad ataca con especial énfasis a personas de mayor edad. En el caso de Argentina, por ejemplo, 88,6% de las muertes totales son explicadas por personas mayores de 60 años. En Suecia, ese número sube a 95,9%.

Al mirar estos números de forma tan fría se nos puede acusar de no tener empatía con la situación, pero no se trata de eso. Es que en el mundo mueren por múltiples causas 55 millones de personas al año, mientras que nacen 140 millones. Obviamente, muchas muertes son evitables, como las ocurridas en accidentes de tránsito, que en 2016 llegaron a 1,35 millones en todo el mundo.

El punto, entonces, no es quitarle importancia a la vida, a la muerte, y a la salud, sino pensar en cómo se reacciona frente a situaciones que la amenazan. Y si consideramos cuál ha sido esa reacción, llegamos a las medidas restrictivas que casi todos los gobiernos del mundo impusieron.

Entre febrero y marzo, casi todos los gobiernos decidieron adoptar alguna forma de estrategia de confinamiento o cuarentena. Se trató de un mandato legal para que la gente permaneciera en sus casas y saliera solamente para realizar lo mínimo indispensable.

La prioridad, “y la única solución a la pandemia”, se dijo, era quedarte en tu casa.

Si tomamos como referencia el “Stringency Index” de la Universidad de Oxford vemos que Argentina, Perú, España, Reino Unido, Italia y hasta Estados Unidos llevaron sus “índices” a valores de entre 71 como el caso de España, y 100 en el caso de Argentina.

Una excepción a esto fue Suecia, que solo llevó su dureza al nivel de 28,7, siendo obviamente “0” el valor para las nulas restricciones.

Salud, salud integral y libertad

Muchos gobiernos sostuvieron que las medidas de confinamientos, por duras que fueran, eran necesarias puesto que se intentaba defender la salud. No obstante, hay que decir que ni siquiera esto era completamente cierto.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades»

La cuarentena intentó evitar que algunas personas se contagiaran de una sola enfermedad (el Covid), resignando para ello el bienestar mental (porque el encierro no es gratuito), social (porque se prohibieron las reuniones presenciales), y físico (porque se prohibió incluso la actividad física, otrora tan recomendada por los médicos a lo largo y a lo ancho del planeta).

Dentro del sacrificio de bienestar mental entra también la pérdida de libertades. Y fue Hayek quien nos advirtió de ello en el Capítulo 14 de su Camino de Servidumbre. Allí escribió que:

“…la libertad individual no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera. La única excepción a la regla de que una sociedad libre no puede someterse a un solo objetivo la constituyen la guerra y otros desastres temporales, circunstancias en las que la subordinación de casi todo a la necesidad inmediata y apremiante es el precio por el cual se preserva a la larga nuestra libertad”

En 2020 los argentinos y otros pueblos del mundo vivimos exactamente lo que Hayek describió en 1944. Entregamos la libertad a la supremacía de un objetivo único, evitar el contagio y la muerte por Covid.

Es cierto que Hayek planteaba excepciones a este principio, pero notemos también que cuando se refiere a desastres, también aclara que son temporales, y cuando se refiere a la guerra, está pensando en la defensa frente a una conquista extranjera cuyo destino sea conculcar nuestra libertad.

En el caso del Covid, el virus nunca tuvo el fin de confinarnos, sino que fueron los gobiernos locales los que lo hicieron.

El costo económico

Hayek también advertía sobre el alto costo económico de algunas decisiones políticas y sociales. En el capítulo 7, “La intervención económica y el totalitarismo”, sostenía:

“A menudo, la vida y la salud (…) sólo pueden preservarse mediante un considerable coste material, y alguien tiene que decidir la opción. (…) Para tomar un solo ejemplo: podríamos reducir a cero las muertes por accidentes de automóvil si estuviéramos dispuestos – de no haber otra manera- a soportar el costo de suprimir los automóviles. Y lo mismo es cierto para otros miles de casos en los que constantemente arriesgamos vida y salud …”

La vigencia de esta reflexión es estremecedora.

Es que producto del pánico generado, los dirigentes políticos entendieron que la mejor respuesta que podían dar era hacer el intento de reducir estos riesgos constantes para la vida y la salud a 0. Esta reacción, analizada desde un punto de vista individual, es comprensible. Cuando uno es presa del pánico necesita de elementos que lo provean de la sensación de máxima seguridad posible. Cuando este análisis se lleva a la política, vemos que -al inicio de todo esto- aquellos gobiernos que implementaban las medidas más duras eran quienes tenían la mejor imagen entre su población. Así que desde el punto de vista de la lógica política, el accionar de los presidentes tuvo sentido.

Pero como alertó Hayek, el costo fue enorme:

En Argentina el PBI cayó al 19,1% anual en el segundo trimestre, algo jamás visto antes en la historia. En Perú, donde el gobierno tomó medidas similares, la caída fue del 30%, mientras que en Uruguay el derrumbe fue de “solo” 10% y en Brasil de 9,7%. Estos países implementaron restricciones menos fuertes, pero la caída es inevitable si, por un lado, sí existen las restricciones aunque no sean totales y, por el otro, todos los países vecinos y socios comerciales están implementando algún tipo de cuarentena.

En materia de empleo, si bien el desempleo acá trepó pocos puntos, la caída interanual de la cantidad de personas trabajando fue de 20,9%, mientras que en EEUU fue del 12,3% y en Alemania del 1,1%. En Perú, el empleo cayó 55%, sin por eso evitar el puesto número 1 del ránking global en muertes por millón de habitantes. ¿No era que la cuarentena era el único camino posible?

El gobierno argentino, frente a los pedidos de mayor libertad, y las advertencias respecto de la economía, decía que “no era cierto que si abría la cuarentena” la economía iba a ir mejor porque la gente por miedo no quería ir a los comercios.

Tiene que explicar ahora, con récord de casos, por qué decidió finalmente flexibilizar la cuarentena y directamente dejar de hablar de la cuestión sanitaria.

Y, de paso, también podría explicar porque cuando la Ciudad de Buenos Aires abre los bares con mesas afuera, los casos registrados bajan, en lugar de subir.

También nos decía el presidente que la estrategia sueca era un fracaso, y que si Argentina hacía lo que ellos, entonces íbamos a tener 13.000 muertes. Que el número de muertes totales en el país hoy sea 20.600 no es un buen dato para comparar. Pero el día que el presidente hizo la comparación teníamos el 1,7% de muertos por millón de los suecos. Hoy tenemos el 78,0 % (455 /583). La brecha se achica a pasos vertiginosos. Tan vertiginosos como el fracaso sanitario y económico.

Un último punto que también advirtió Hayek fue el deterioro de la propia democracia. En el capítulo 5, Planificación y Democracia, escribió:

“La incapacidad de las asambleas democráticas para llevar a término lo que parece ser un claro mandato del pueblo causará, inevitablemente, insatisfacción en cuanto a las instituciones democráticas mismas. Los parlamentos comienzan a ser mirados como ineficaces tertulias… [Y] Crece el convencimiento de que la dirección tiene que quedar “afuera de la política” y colocarse en manos de expertos”

La descripción de Hayek luce perfectamente aplicable a la Argentina, donde las decisiones las tomó un conjunto de miembros del poder ejecutivo asesorado por “expertos epidemiólogos”, de lo cual se derivó el mote de “Infectadura” para describir al régimen político del momento.

La solución liberal

¿Qué hacer entonces? Ya a fines de marzo advertíamos que, dadas las características del virus -que afecta desproporcionadamente a las personas de mayor edad- el confinamiento total era una respuesta excesivamente costosa. Unas semanas después, ya era evidente que “nos habíamos pasado de rosca” y que estábamos exagerando demasiado.

Es que como decíamos antes, para un virus que contagió al 0,5% de la población y se cobró la vida de 0,014%, estábamos condenado al restante 99,98% de la población a vivir una vida de encierro. Y aquí quedaba claro que no era “vida o economía” sino “salvar la vida de algunos a costa de destruir la de otros”.

Entonces para pensar en una estrategia liberal habría que imaginarse que hubiese pasado si el gobierno “no hacía nada”. En ese caso, nada iba a impedir que:

Los médicos alertaran de la situación.
Los medios difundieran información sobre cómo prevenir el virus.
Los sistemas sanitarios privados se preparasen para recibir un muy elevado número de consultas y casos.
Las personas tomaran las precauciones del caso, por propio interés.
Cerraran algunas actividades consideradas de alto riesgo de contagio (reuniones masivas, partidos de fútbol, teatros cerrados), también por interés propio.

Y, como siempre, habría que esperar un tiempo para que un laboratorio, también por fines de lucro, desarrollara una vacuna.

Ahora si incluimos al gobierno, por supuesto que podríamos añadir:

Mayor inversión en el sistema público de salud, reduciendo gasto en otras partidas.
Algún programa de difusión masiva de información de prevención.
Una sugerencia dirigida especialmente a la población de riesgo de quedarse en su casa.

Como se ve, no recomiendo en este caso ni siquiera obligar al uso del barbijo. ni la realización de una cuarentena por corta duración. Aunque, claro, estoy dispuesto a aceptar que esas intromisiones son mucho menos graves que la “cuarentena más larga del mundo”.

La estrategia entonces podría resumirse en “estimados ciudadanos, hay una pandemia y hay que cuidarse, pero la vida sigue adelante”. No restringimos la libertad de nadie, salvo que veamos algún acto de deliberado ataque y contagio sobre terceros.

En este caso todos tendrían la libertad de salir, trabajar, viajar, y cada uno sería responsable de sí mismo, evitando caer en el Camino de Servidumbre.

Última objeción

Ahora bien, se podría argumentar que esta libertad de algunos limita la libertad de otros. Se daría esto en el caso de la libertad de los jóvenes (con bajo riesgo de muerte) que restringiría la de los viejos (con mayor riesgo), porque amenazaría su bienestar físico. Así, la libertad de unos haría que otros, por querer evitar el contagio, no tengan otra alternativa más que quedarse en su casa.

Y obviamente que con personas extremadamente aversas al riesgo este puede ser el caso. Pero:

En primer lugar, la alternativa de la cuarentena centralmente dirigida implica trasladar esa aversión al riesgo, de manera forzada, a toda la población. En segundo, esa persona aún puede salir de su casa, usar barbijo, máscaras, y mantenerse a distancia de los demás -reduciendo así el riesgo de contagiarse.

Por eso decimos que no es lo mismo un joven que está tomándose una cerveza o esperando el colectivo, que un ladrón, o un asesino, que salen a la calle con la expresa decisión de vulnerar un derecho de tercero.

Para concluir, a la luz de los hechos y del texto analizado, vemos que la pandemia que llevó a las cuarentenas extensas en casi todos los países del mundo son un ejemplo de cómo las sociedades pueden seguir el “Camino de Servidumbre” que Hayek definió tan bien hace más de 70 años.

Esperemos que más allá del gran costo, hayamos aprendido la lección y nunca volvamos a repetir un error como este.

 

Sucribite ahora al Newsletter de Iván Carrino

Tené en tu email todos los contenidos y mejorá tus decisiones de inversión.

Comentarios

  1. Favio

    Sábado 3 de octubre de 2020 a las 8:03 pm

    En el caso del Perú, en efecto fue un desastre el manejo de la pandemia, pero el gobierno o los burócratas de carne y hueso que tomaron las decisiones en complicidad con los nuevos “teólogos de la medicina”, le echan la culpa a la propia gente.

    Nos acusan de irresponsables. O sea nos encierran y encima nos imputan irresponsabilidad por no respetar la cuarentena. Los únicos culpables de que las medidas no fueran exitosas somos los ciudadanos. ¡que locura!. Ahora no sólo el PBI cayó y el empleo sino que nos gastamos los ahorros de 30 años por la política de subsidios.

    Responder
    • Iván Carrino

      Domingo 4 de octubre de 2020 a las 7:56 pm

      Exactamente lo mismo ocurre aquí, cuando los números sanitarios eran “buenos”, le atribuían el éxito a “los expertos”. Cuando la cosa irremediablemente se descontroló, fue culpa de la gente.

      Abrazo Favio!

      Responder
Add Comment Register



Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>

Compartido