¡Felices 88 Murray Rothbard!

Iván Carrino / Domingo 2 de marzo de 2014 / 1 Comentario

El 2 de marzo de 1926 nacía en Nueva York, Estados Unidos, Murray Newton Rothbard, un destacado economista de la escuela austriaca, famoso por sus posturas radicales y por la defensa de un sistema bancario con reservas del 100%.

En 1963 escribió el libro America’s Great Depression, donde explicó que el origen de la crisis del 30 y la longitud en su duración no se debieron a los excesos del libre juego de la oferta y la demanda, sino exclusivamente a la intervención del estado en la economía.

Tuve el enorme privilegio de traducir ese libro para su publicación en español por Unión Editorial. Como homenaje a Rothbard y dada la relación de su narrativa con la situación de la Argentina de hoy, les comparto la introducción a la tercera edición en inglés, escrita en mayo de 1975:

LGD Rothbard

Los Estados Unidos se encuentran ahora en el medio de una recesión inflacionaria total. La recesión inflacionaria de 1969-71 ha sido rápidamente reemplazada por una depresión todavía más inflacionaria que comenzó cerca de noviembre de 1973 y luego se transformó en una severa depresión cerca del otoño de 1974. A partir de allí, la producción física cayó de manera sostenida y sustancial mientras que la tasa de desempleo se elevó a cerca del 10 por ciento e incluso por encima de ello en algunas áreas industriales clave. El desesperado intento por parte del establishment político y económico de darle un halo de optimismo a la depresión más dura desde la década del 30 se basa en dos argumentos: a) que las estadísticas laborales son inadecuadas y b) que las cosas estaban mucho peor luego del crack de 1929. Lo primero es cierto pero es irrelevante; a pesar de lo malas que puedan ser las estadísticas, la rápida y marcada suba del desempleo desde una tasa por debajo del 6 por ciento hasta el 10 por ciento en el período de solo un año (desde 1974 a 1975) es elocuente respecto de la espeluznante situación. Es cierto que la economía estaba peor en los años 30, pero esa fue la depresión más dura de la historia de los Estados Unidos; ahora nos encontramos en el medio de una depresión que, con seguridad, no sería considerada moderada con los estándares previos a 1929.

La depresión inflacionaria actual les ha mostrado con dureza a los economistas de la nación que sus preciadas teorías – adoptadas y aplicadas desde los años 30 hasta hoy – son trágica  y fundamentalmente incorrectas. Por cuarenta años los libros de texto, las publicaciones académicas y los discursos de nuestros principales asesores de política económica nos han dicho que el gobierno tiene las herramientas para eliminar fácilmente la inflación y la recesión. Nos han dicho que manipulando la política monetaria y fiscal, el gobierno puede hacer una “sintonía fina” de la economía de manera de abolir los ciclos económicos y asegurar una prosperidad permanente sin inflación. En esencia – y librándonos de jergas, ecuaciones y gráficos – el establishment económico sostuvo durante todo este período que si la economía parece dirigirse hacia la recesión, el gobierno solo necesita pisar el acelerador fiscal y monetario – para inyectarle a la economía más dinero y más gasto – y así eliminar la recesión. Y, por el contrario, si la economía se está volviendo inflacionaria, todo lo que el gobierno necesita hacer es pisar el pedal del freno monetario y fiscal – sacando el gasto y el dinero fuera de la economía – y así eliminar la inflación. De esta forma, los planificadores económicos del gobierno podrían guiar a la economía a través de un camino preciso y cuidadoso entre los dos males opuestos de la recesión y el desempleo por un lado, y la inflación por el otro. ¿Pero qué puede hacer el gobierno si la economía sufre, al mismo tiempo, de una depresión y una inflación severa? ¿Qué dice la teoría económica convencional al respecto? ¿Puede nuestro conductor designado, el Gobierno Grande, apretar los pedales del acelerador y del freno al mismo tiempo?

Frente a esta cruel destrucción de todas sus esperanzas y planes, y rodeados de los escombros de sus falaces teorías, los economistas de la nación han caído en una profunda confusión y desesperanza. Dicho con crudeza, no tienen idea de qué hacer ni de cómo explicar el caos económico actual. Puestos en acción, todo lo que pueden hacer es alternar acelerador y freno con asombrosa velocidad a la espera de que algo funcione (por ejemplo, el llamado del presidente Ford para que incrementen los impuestos a los ingresos en 1974 seguido del llamado para que estos se reduzcan unos meses después). La teoría económica tradicional está en quiebra: más aún, habiendo reemplazado los cursos de ciclos económicos con cursos de “macroeconomía” en las escuelas de posgrado a lo largo y ancho del país, los economistas ahora tienen que enfrentar la dura realidad y ver que los ciclos económicos existen y que ellos no tienen las herramientas necesarias para comprenderlos. Algunos economistas, líderes sindicales y empresarios, sin ninguna esperanza en el mercado libre, han comenzado una campaña para tomar un giro radical hacia la colectivización de la economía norteamericana (se destaca la Iniciativa del Comité para la Planificación Económica Nacional, que incluye en sus filas a economistas como Wassily Leontief, líderes sindicales como Leonard Woodcock y líderes empresarios como Henry Ford II).

En medio de este ambiente cargado de oscuridad y desesperanza, hay una escuela de pensamiento económico que predijo el caos que vivimos en la actualidad, que tiene una teoría convincente para explicarlo y que ofrece el camino de salida – un camino de salida que, lejos de machacar contra la libre empresa y favorecer la planificación colectivista, defiende la restauración de un sistema puro de libre empresa, lejos de la intervención gubernamental que ha sufrido por décadas. Esta escuela de pensamiento es la teoría “austriaca” presentada en este libro. La perspectiva austriaca sostiene que la inflación persistente aparece luego del continuo y crónico aumento de la oferta monetaria, orquestado por el gobierno federal. Desde la aparición del Sistema de la Reserva Federal en 1913, la oferta de dinero y crédito bancario de los Estados Unidos pasó a estar totalmente bajo el control del gobierno federal, un control que se ha visto adicionalmente fortalecido luego de que Estados Unidos repudiara el patrón oro doméstico en 1933, así como el patrón oro detrás del dólar en las transacciones internacionales en 1968 y finalmente, todo vestigio del patrón oro en 1971. Abandonado el patrón oro, no hay necesidad de que la Reserva Federal o sus bancos respalden los dólares con oro, con lo que la Fed puede expandir la oferta de dólares en papel o en dinero bancario tanto como lo desee. A mayor expansión, mayor tendencia de los precios a acelerarse hacia arriba, generando una descoordinación en la economía y empobreciendo a todos aquellos cuyos ingresos no suben tanto como la tasa de inflación.

La teoría austriaca muestra, además, que la tasa de inflación no es la única consecuencia lamentable de la expansión gubernamental del dinero y el crédito, ya que esa expansión distorsiona la estructura de la inversión y la producción, generando una inversión excesiva en proyectos que no son viables en la industria de bienes de capital. Esta distorsión se refleja en el hecho bien conocido de que, en los períodos de auge, los precios de los bienes de capital suben más que los precios de los bienes de consumo. Los períodos de recesión del ciclo económico se vuelven, entonces, inevitables dado que la recesión es el proceso correctivo necesario a través del cual el mercado liquida las malas inversiones del auge y redirige los recursos desde las industrias de bienes de capital hacia las industrias de bienes de consumo. A mayor duración de la distorsión inflacionaria, mayor severidad tendrá el proceso de ajuste recesivo. Durante la recesión, la migración de recursos se da a través de la caída relativa de los precios de los bienes de capital respecto de los precios de los bienes de consumo. Durante la depresión de 1974-1975 hemos visto que esto ocurrió, con las materias primas industriales cayendo rápida y profundamente, con los precios mayoristas manteniéndose o cayendo levemente, pero con los precios de los bienes de consumo subiendo con rapidez – en resumen, la depresión con inflación.

¿Qué debe hacer el gobierno entonces si la teoría correcta es la austriaca? En primer lugar, solo pude resolver el problema de la inflación crónica y potencialmente descontrolada de una forma: dejando de inflar. Es decir, frenar su propia expansión de la oferta monetaria a través de la manipulación de la Reserva Federal que reduce los requerimientos de reservas o compra activos en el mercado abierto. El responsable de la inflación no es el monopolio empresarial, la agitación de los sindicatos, las corazonadas de los especuladores o la “codicia” de los especuladores; la responsable de la inflación es la operatoria de falsificación legalizada del propio gobierno. Es que el gobierno es la única institución de la sociedad con el poder de falsificar – es decir, crear nuevo dinero. Y mientras siga utilizando ese poder, seguiremos padeciendo la inflación, incluso niveles de inflación descontrolada que destruyan totalmente la moneda. Como mínimo, deberíamos pedirle al gobierno que deje de utilizar el poder de inflar. Sin embargo, como todo poder que se posea será utilizado y abusado, una metodología mucho mejor para terminar con la inflación sería impedir por completo que el gobierno utilice este poder de falsificación: bien aprobando una ley que prohíba a la Fed comprar nuevos activos o reducir los requerimientos de reservas o bien, más fundamentalmente, aboliendo por completo el Sistema de la Reserva Federal. Vivimos sin tal sistema de banca centralizada antes de 1913 y lo hicimos con inflaciones y depresiones mucho menos desenfrenadas. Otra reforma vital sería regresar al patrón oro – regresar a un dinero basado en un bien producido, no en las imprentas del gobierno, sino en el mercado. En 1933, el gobierno federal tomó y confiscó el oro del público diciendo que sería una medida temporaria debida a la emergencia del momento; esa emergencia se terminó hace 40 años pero el oro de la gente sigue fuera de su alcance en Fort Knox.

En cuanto a evitar las depresiones, el remedio es simple: nuevamente, evitar la inflación quitándole a la Fed el poder para inflar la oferta monetaria. Si nos encontramos en una depresión, como estamos ahora, el único camino correcto para seguir es el de evitar la interferencia estatal y permitir que el proceso de recesión y ajuste se complete tan rápido como sea posible y así restaurar un sistema económico próspero y saludable. Antes de la masiva intervención estatal de los años 30, todas las recesiones eran breves. La fuerte depresión de 1921, por ejemplo, se terminó tan rápido que el secretario de comercio Hoover, a pesar de sus inclinaciones a favor del intervencionismo, no fue capaz de convencer al presidente Harding de que interviniera con suficiente rapidez; para el momento en que Harding se convenció de que debía intervenir, la depresión ya había pasado y la prosperidad había regresado. Cuando el mercado bursátil colapsó en octubre de 1929, Herbert Hoover, ahora presidente, intervino tan rápidamente y tan masivamente que el proceso de ajuste del mercado se paralizó y las políticas del New Deal de Hoover y Roosevelt consiguieron perpetuar la enorme depresión, de la que fuimos rescatados solamente con la llegada de la Segunda Guerra Mundial. El laissez faire – una política estricta de no intervencionismo – es el único camino que puede asegurar una rápida recuperación en cualquier situación de crisis.

En estos tiempos de confusión y desazón, entonces, la escuela austriaca nos ofrece tanto una explicación como una prescripción para nuestros padecimientos actuales. Es una prescripción que es tan radical como, y tal vez tan políticamente inadmisible como, la idea de destruir la economía libre e ir hacia un sistema totalitario e impracticable de planificación económica colectivista. La prescripción austriaca es precisamente el extremo opuesto: solo podremos sobreponernos a la crisis actual y a la venidera si terminamos con la intervención estatal en la economía y, específicamente, si eliminamos el control gubernamental de la inflación y de la oferta monetaria así como su injerencia en cualquier proceso de ajuste recesivo. En tiempos de crisis, no es suficiente con meras reformas superficiales; debemos dar el paso radical hacia delante y sacar al gobierno de la escena económica, separar al gobierno por completo de la oferta monetaria y de la economía y avanzar hacia una economía de empresarios y hacia un mercado libre sin ataduras.

Murray N. Rothbard

En Argentina, el libro puede conseguirse en la librería Macondo, en Palermo.

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Comentarios

  1. hugo garavelli

    Viernes 4 de marzo de 2016 a las 1:23 pm

    Correcto, y mas aunque con poco énfasis la propuesta de abolir el FED. Hay autores norteamericanos que sostienen que en realidad el FED no es “el gobierno federal” sino que un conjunto de banqueros y grandes intereses monopólicos que en realidad hacen que sea el gobierno federal el que esté a su servicio. Pero si esa es la verdad, Rothbard se acerca a ella. También se debería abolir el FMI, que no es mas que un control económico ya de tipo internacional y por lo tanto, contrario a una verdadera libertad económica. A mi juicio, el “populismo” no es mas que buscar revertir esa economía dirigida de favorecer a los monopolios, para favorecer al pueblo, aunque vemos que siempre termina por fracasar.

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