El morenismo elegante será igual de dañino que el prepotente
Un día después del regreso de la presidente a sus funciones y el anuncio de los cambios en el gabinete, los argentinos nos enteramos de la renuncia del funcionario más polémico del gobierno kirchnerista: Guillermo Moreno. Dado su estilo soez y prepotente, no fueron pocos los que se alegraron de su partida y muchos medios se regodearon resumiendo los “fracasos” de su gestión.
Si bien la salida del funcionarísimo parece ser parte de un giro pragmático del gobierno, no creo que debamos ilusionarnos demasiado. De hecho, el nuevo jefe de gabinete ya anunció que la salida de Moreno no implicaba un “viva la Pepa”.
Es que en realidad, si bien los modales del secretario de comercio lo hacían más evidente, lo que representa Moreno no es más que el intervencionismo acérrimo del gobierno kirchnerista. En el fondo, el problema no es si Moreno asistía a reuniones con empresarios con guantes de box o sin ellos, sino la creencia generalizada de que el gobierno debe encargarse de proteger al pueblo de los malvados empresarios que quieren explotarlo.
En el fondo, el problema no es que Moreno insulte a productores y les diga “el precio lo decido yo”, sino que en el gobierno crean que la inflación no tiene relación con la política monetaria del banco central sino que es culpa de la mala predisposición de los empresarios a ponerle precios accesibles a sus productos.
En este sentido, no hay diferencias entre la orden de un secretario de comercio y un acuerdo de precios al que se haya arribado luego de un largo y cordial diálogo.
Evidencia de esto es que los acuerdos de precios en el sector de los combustibles comenzaron hace tiempo en el año 2003 pero no evitaron que la nafta pase de costar $1,90 el litro a $ 8,34, un aumento de 350% en diez años.
Por otro lado, el problema no es que los congelamientos de Moreno no hayan funcionado, sino que, como la inflación no es un problema de los precios sino de la cantidad de dinero en circulación, los congelamientos simplemente no funcionan y, si llegan a hacerlo, lo hacen a costa de la desaparición del producto congelado, lo que afecta directamente a los sectores que se quería proteger en primer lugar.
Tampoco es el problema que Moreno haya administrado el comercio exterior de forma poco transparente a través de las famosas Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación o a través de la bizarra imposición a los importadores de exportar por un valor similar al importado. El problema es la obsesión por tener una balanza comercial favorable para acumular dólares como si ese fuera el objetivo del comercio, una idea que la economía abandonó cuando abandonó el mercantilismo a finales de 1700.
Además, en un intercambio comercial ambas partes se benefician e interferir en este intercambio para cuidar la balanza comercial no solo es una idea obsoleta sino que también trae aparejadas consecuencias de extrema gravedad.
En conclusión, la salida de Moreno fue tomada como la frutilla del postre de unos cambios necesarios en el gabinete nacional. Sin embargo, si como ya adelantó Capitanich, el gobierno insistirá en las políticas llevadas adelante por Moreno, aunque con diálogo y buenos modales, no hay que esperar consecuencias diferentes.
Argentina necesita un cambio profundo si desea superar la pobreza, que se encuentra hoy en niveles inadmisibles, y crecer de manera sustentable a largo plazo. Un mero cambio de caras y modales no servirá si no se modifican los ejes fundamentales del modelo.