Cleptocracia, prólogo de Alberto Benegas Lynch (h)
Como es sabido, hay múltiples facetas que deben considerarse con cuidado en el proceso de mercado pero hay una de especial importancia porque lo abarca todo. Se trata de la moneda que cuando es manipulada por el aparato estatal afecta a los integrantes de la sociedad pero de modo más contundente a los relativamente mas pobres (definidos según las franjas estadísticas del momento, ya que en un plano mas amplio todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos).
Este daño más o menos devastador recae principalmente sobre los que menos tienen porque la utilidad marginal nos enseña que en general (aunque en economía las cosas no suceden “en general” sino en particular), manteniendo los demás factores constantes, un peso para un pobre no tiene el mismo significado que lo tiene para un rico por mas que no resulte posible realizar comparaciones intersubjetivas ni referirlas a números cardinales.
Afortunadamente ahora está disponible una abundante bibliografía que pone al descubierto la inutilidad y la gran inconveniencia de contar con una banca central. Esto es así debido a que la banca central siempre está embretada a proceder entre uno de los tres caminos siguientes (lo cual incluye la posibilidad -irrelevante a estos efectos- de que actúe con independencia y en forma autónoma del poder legislativo o del ejecutivo).
Las tres vías posibles consisten en expandir la base monetaria, contraerla o dejarla inamovible. Pues cualquiera de las tres avenidas elegidas inexorablemente distorsiona los precios relativos, situación que altera los únicos indicadores con que cuenta el mercado para operar, lo cual, a su turno, reduce salarios e ingresos en términos reales puesto que dependen exclusivamente de las tasas de capitalización, que, por las razones expuestas, se ven indefectiblemente consumidas.
Dejando de lado las dificultades que presentan las estadísticas del producto bruto y lo controvertido de su significado, es de interés consignar que el proceso inflacionario o deflacionario (cuando la autoridad monetaria decide dejar la base inalterada se traduce en una decisión distinta de la que hubiera decidido la gente, y si hubiera sido la misma la intervención resulta superflua), por las razones apuntadas, conduce a manifestaciones recesivas, las cuales saldrán o no a la luz en toda la economía según sea la intensidad de la manipulación de marras y según sea la preponderancia de los otros factores que eventualmente pueden contrarrestar el fenómeno anterior.
En el libro que ahora presentamos, el destacado economista Iván Carrino nos ofrece su opinión y sus particulares perspectivas de una variedad de temas, todos vinculados a la coyuntura pero anclados en principios de peso y, en todos los casos, el autor revela gran capacidad didáctica y gran honestidad intelectual.
Solo para dar una idea a vuelo de pájaro para que el lector comience a adentrarse en algunos de los conceptos aquí vertidos, apenas mencionamos diez puntos (el decálogo tiene buena prensa) de esta colección de artículos. Primero, se interna e intenta mitigar los galimatías de la denominada “devaluación”, esto es, una nueva fijación del tipo de cambio por los funcionarios de turno y, asimismo, los vaivenes de la administración de “las reservas” de la antedicha banca central.
Segundo, ubica muy fundadamente el inicio del estatismo arrollador con el peronismo, aunque destaca que desde la Constitución de 1853 los primeros pasos en esta marcada tendencia, ni siquiera abordada por la administración yrigoyenista, fueron dados por los conservadores de los años treinta concretado por el inicio del control de cambios, a lo que cabe agregar la implantación del impuesto progresivo, las juntas reguladoras, los primeros obstáculos al federalismo fiscal y la inauguración de la banca central.
Tercero, se queja de que los políticos locales no hayan leído el capitulo XXI de la obra cumbre de Ludwig von Mises, pero vale la pena subrayar que no han leído nada serio relacionado con la tradición de pensamiento liberal, mucho menos puede esperarse que se enfrasquen en el tratado de economía del mencionado pensador vienés.
Cuarto, hace un justificado hincapié al mostrar el correlato entre gasto publico y achicamiento de los ingresos de la gente, lo cual, al recortar su poder de decisión implica reducciones en sus respectivas libertades individuales, por otro lado muy bien ilustrado en uno de los apartados titulado “Cuando la libertad se pierde” donde muestra la relevancia de proteger el fruto del trabajo de cada cual.
Quinto, en todo el trabajo está presente la importancia de asignar derechos de propiedad a los efectos de que los siempre escasos recursos se encuentran administrados por las mejores manos a criterio exclusivo de los consumidores, situación en la que la satisfacción de sus necesidades es premiada con ganancias y castigada con perdidas cuando no se da en la tecla. Sin duda, que esto no ocurre cuando pseudoempresarios en alianza con el poder político obtienen privilegios con lo que explotan a sus congéneres.
Sexto, esta excelentemente tomado el punto del fraccionamiento y dispersión del conocimiento y su respectiva coordinación a través del mecanismo de precios. Por ello es que los planificadores de vidas y haciendas ajenas concentran ignorancia, lo que explica el sinnúmero de desbarajustes que generan en el mercado.
Séptimo, se refiere a la falsificación de las estadísticas de INDEC argentino. En este sentido, me parece oportuno relatar que cuando mi colega en la Academia Nacional de Ciencias Económicas, Alfredo Canavese, me llamó para pedir mi nombre al efecto de firmar una solicitada en repudio a tanta tergiversación, sin perjuicio de acceder a su solicitud le expresé que había que mirar el lado bueno de estas lides puesto que conjeturaba incentivaría a que entidades privadas construyeran esos índices en competencia, con lo cual no solo habrían auditorias cruzadas sino que podría dejarse de lado funciones gubernamentales como tantísimas otras sobre las que hay un malsano acostumbramiento sustentado en la extravagante noción de que no serán otros los que se harán cargo de la correspondiente financiación sino “el estado” como si éste tuviera recursos propios.
Octavo, nuestro autor, con mucha razón, nos dice que muy poco tiene de capitalismo el mundo de hoy pero, paradójicamente, frente a cada crisis, se endosa la responsabilidad al “capitalismo”.
Noveno, se alarma debido a las críticas permanentes al “exceso de rentabilidad” sin que los críticos se percaten de que, como queda dicho, la rentabilidad en un mercado abierto es consecuencia de la debida atención al cliente. Por eso es que también resulta preocupante la crítica a la desigualdad de ingresos y patrimonios, puesto que en una sociedad abierta es ni más ni menos el resultado de lo que la gente decide en el supermercado y afines.
Y décimo, toca el tema vital de la democracia y se pregunta si ese sistema tiene vigencia allí donde las mayorías lesionan los derechos de las minorías. Preguntas necesarias y muy oportunas. En algunos casos, más bien el sistema puede calificarse como de cleptocracia, es decir, gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de proyectos de vida ya que en base a los votos arremeten contra el poder judicial, los organismos de contralor e incluso los tribunales electorales.
Finalmente, una obviedad. Borges escribió al citarlo a Alfonso Reyes que como no hay tal cosa como un texto perfecto, “si no publicamos nos pasamos la vida corrigiendo borradores”. Esto es para decir que no coincido con todo lo escrito aquí por Iván Carrino (y en otros casos pronunciarse sobre el asunto parece algo prematuro, por ejemplo, en lo que concierne al dinero virtual que habría que contrastar con el teorema de la regresión monetaria). Los desacuerdos del caso son similares a los que ocurren cuando volvemos a leer lo que escribimos nosotros mismos y nos damos cuenta que podíamos haber mejorado la marca. Es que todo esto está inmerso en un proceso evolutivo en el que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad, abierto a refutaciones.
De cualquier manera, celebramos el optimismo del autor plasmado en el subtitulo de la obra que estará fundado en la medida en que cada uno de nosotros -no importa a qué nos dediquemos- contribuyamos cotidianamente para que tenga vigencia el respeto reciproco, que es otro modo de referirse al liberalismo[1].
Dr. Alberto Benegas Lynch (h)
Presidente de la Sección Ciencias Económicas
Academia Nacional de Ciencias
Buenos Aires, Argentina
[1] El autor se refiere al subtítulo que originalmente iba a tener la presente obra: “El ocaso de la economía populista”.
El libro se puede adquirir ingresando en este link o suscribiéndose a El Diario del Lunes.